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((**Es8.187**) -No te escandalices, le decía, si busco alguna comodidad. Ofrezco todos los días mi cuerpo al Señor, pero también tengo la obligación de mantenerlo en vida, hasta que a El le plazca. Dijo una vez sonriendo: -Yo ya estoy muerto; al menos así me lo parece, y ya hace alguna semana que tengo este pensamiento fijo. Me parece que hay en mí dos hombres: uno que sufre y otro que contempla tranquilamente sus dolores y la gangrena que poco a poco lo acerca a la corrupción. íQué heroica resignación cristiana! Hacía ya un mes que edificaba al colegio de Lanzo con su virtud, cuando el 5 de octubre, jueves, sintió que le iban faltando gradualmente las fuerzas. Después de comer mandó llamar a su confesor, que era el párroco de Pessinetto, don Antonio Longo, compañero suyo de estudios. Este, al entrar en su aposento, le dijo: ->>Qué quieres que pida al Señor para ti? >>La salud? -Hágase la voluntad de Dios, respondió don Víctor, y semper Deo gratias. Después de confesarse, suplicó que le administrasen el Santo Viático, y don Antonio Longo, advirtiendo la gravedad del mal, consintió. Entró el Santísimo Sacramento en la habitación, acompañado por los alumnos. Cuando el enfermo lo vio, le acometió tal ímpetu de amor que empezó a respirar afanosamente. ((**It8.210**)) Quiso recitar él mismo el Yo pecador y lo hizo con tal unción que parecía no sentir ya sus dolores. Una vez que comulgó, quedó sumido en profunda meditación: y solamente después de casi un cuarto de hora movió lentamente la cabeza y, fijando la mirada en dos clérigos que permanecían junto a la cama, les dijo con voz solemne: -Aprended de mí, hijos míos, a recibir a tiempo los Santos Sacramentos. Al día siguiente sintió una ligera mejoría, porque los consuelos que el buen Jesús había comunicado a su corazón, le hicieron olvidar sus dolores. Al caer de la tarde, como sintiera dolores agudísimos, quiso confesarse de nuevo. Hizo que encendieran una vela bendecida y pidió los Santos Oleos. El vicario Albert, párroco de Lanzo, le administró el Sacramento y el enfermo respondió con devoción conmovedora a todas las oraciones del rito sagrado, y con tal sentimiento de humilde compunción, que hizo llorar a todos los presentes. Recibió además la Bendición Papal, agradeció al párroco su caridad y se encomendó a sus oraciones, en caso de que aquella noche llegase a faltar. Dicho esto, se recogió en oración por algún tiempo. (**Es8.187**))
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