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((**Es8.167**) ((**It8.185**)) Con la seguridad de que no me olvidará en sus oraciones, con los sentimientos de mi más profundo aprecio, tengo el gusto de suscribirme. De V. S. muy Revda. Su seguro servidor FELIPE CANEPUS, Teólogo Canónigo Párroco de Sassari Sassari, 17 de septiembre de 1865. Por aquellos meses aguardábale al Siervo de Dios una ligera, pero enojosa tribulación. Amantísimo como era de la limpieza, deseaba y recomendaba que se mantuviese en los muchachos y en los locales del Oratorio. Barríanse a diario los suelos, las escaleras y los amplios patios de recreo, que dan al mediodía; cada sábado se aseaban los talleres; todos los jueves en tiempo designado para ello atendía cada muchacho a la limpieza más esmerada en su cama y sus vestidos. Igualmente era tenida muy en cuenta la limpieza personal y aun de la ropa de diario. Los días festivos y para las salidas de casa, aunque no tenían más uniforme que la gorra, todos los alumnos vestían decentemente; no había distinción entre estudiantes y aprendices, entre los que pagaban una módica pensión y los que estaban gratuitamente; entre los que eran atendidos por sus padres y los que recibían todo del Oratorio. Resultaba agradable verles a todos el domingo con tan buen aspecto. Pero el Oratorio no era un palacio de señores, sino una residencia de pobrecitos, aunque don Bosco al edificarlo tomó prudentes precauciones para su limpieza e higiene. Había en la parte norte un largo y estrecho patio que separaba la parte habitada de unos edificios bajos, destinados a establos, lavaderos, leñera y depósito de basuras. A conveniente distancia una de la otra, se alzaban tres torres para los servicios, a los que se llegaba por tres largas galerías en cada uno de los pisos. Era, diríamos, la parte rústica del Oratorio, la ((**It8.185**)) cual no obstante, como estaba situada en pleno campo, gozaba de libre ventilación por todas partes. El pavimento de clases y dormitorios no era ciertamente de mármol, sino, como en casi todas las casas de la ciudad, de baldosas. Estas, aunque se barrían, siempre producían algo de polvo, por el continuo tránsito de centenares de muchachos. Sólo el salón de estudio tenía pavimento de asfalto. Estas eran las condiciones sanitarias del Oratorio cuando, improvisadamente, (**Es8.167**))
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