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((**Es8.154**) casa provisiones de boca, puesto que hacía comprar diariamente sólo lo necesario para él y sus familiares. Cuando invitaba a comer a alguien solía decir: -Le invito a comer, pero no a un convite. Aquella noche no había sobrado nada de la cena y en la cocina y en la despensa no quedaba más que un poco de aceite y alguna botella de vino. Ni una miaja de pan. A aquella hora estaban cerradas las tiendas y el Obispo no se atrevía a preguntar al Siervo de Dios si necesitaba algún alimento; pero el teólogo Reina, su secretario, a sus ruegos le sacó de la embarazosa situación preguntando a don Bosco: ->>Usted tendrá que cenar todavía, no? ->>Qué dice cenar? respondió don Bosco; diga más bien que he de comer. El coche y los negocios me han traicionado. Al oír esta respuesta creció el conflicto, y el secretario expuso francamente el apuro a don Bosco, que sonreía. Cuando he aquí que, precisamente en aquel momento, entraba en la sala el reverendo Cacciano, misionero apostólico que con frecuencia era huésped del Obispo. Al oír que no había pan, el recién llegado sacó dos panecillos de un envoltorio, diciendo: -Al anochecer, y cuando venía a Gozzano desde un pueblecito próximo y caminando por la carretera, tropecé con estos dos panecillos. Como no vi a nadie por el ((**It8.170**)) camino, los recogí pues no quería se perdiese este bien de Dios. >>No le parece un gesto admirable de la divina Providencia para matar el hambre de don Bosco? No obstante, el Obispo se levantó para retirarse a su habitación y dijo al secretario que le acompañaba: -Vaya con don Bosco y prepárele algo para cenar. Yo no puedo quedarme porque me da mucha vergüenza. -Iré, respondió el secretario, pero vea, Excelencia, se atrevió añadir; >>qué se gana haciendo las provisiones día por día? El noble y rico Prelado era todo caridad para los pobres. Con los panecillos apareció sobre la mesa un par de huevos pedidos a una buena vecina, y una botella de vino selecto que mandó el Obispo. Los secretarios Reina y Delvecchio asistieron a aquella cena, adobada con las exclamaciones de don Bosco que, siempre jovial y contento, repetía que hacía mucho tiempo no había hecho una comida tan buena y que nunca le había parecido tan sabroso, como aquella noche, el pan de la divina Providencia. Al día siguiente el buen Obispo dio un convite espléndido con invitados en honor de don Bosco, y sostuvo con él a solas una larga conferencia. (**Es8.154**))
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