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((**Es8.146**) El señor Marqués le espera, con ansias de conocerle y entenderse mejor de viva voz sobre este asunto. Le aseguré que usted pasaría pronto, cuando vaya a Mirabello a visitar su colegio. Acepte mis más cordiales saludos, junto con los del señor Marqués. Besa su mano y se profesa Occimiano, 29 de julio de 1865. Afectísimo seguro servidor JOSE ROSSI, Pbro. Ya el 5 de julio, aunque clavado en una silla y con atroces dolores, el querido don Francisco Provera había escrito: Queridísimo y reverendísimo Padre don Bosco: En Lanzo desean muchísimo su respuesta sobre la continuación del Colegio. El señor Cura Párroco y el reverendo Arró están impacientes. Yo, con la distinción de si es afirmativa o negativa: en el primer caso, desearía tenerla cuanto antes; y en el segundo, pediría ocho o diez días de tiempo para distribuir los cuatrocientos boletos. Esperé hasta ahora porque tenía que enviar, junto con ellos, unos programas. Después de una carta mía, el Alcalde nos dio enseguida orden de entrega de dos mil doscientas liras; pero el recaudador no nos ha dado nada todavía. Nos prometió una buena cantidad para mediados del corriente mes... Por aquí, en general, las cosas van discretamente bien. Espero que don Antonio Sala nos traerá a casa la noticia del día en que tendremos la suerte de verle entre nosotros. Rezamos y trabajamos para que el Señor le otorgue muchos consuelos, en compensación de los muchos disgustos que ha experimentado durante este año. Dénos su bendición, querido Padre, y nos encomiende a María Santísima para que nos preserve de nuevas desgracias, especialmente espirituales. Le saludo respetuosamente en nombre de todos. Me complazco en ser De V. S. M. Rvda. Su afectísimo hijo en J. C. FRANCISCO PROVERA, Pbro. ((**It8.161**)) Leyó don Bosco esta carta, y aquella misma noche, mientras se hablaba en la mesa de las desgracias que oprimían al colegio de Lanzo y al Oratorio, dijo: -El que es admirable en todo esto es don Francisco Provera. No solamente se mantiene sereno en medio de sus males, sino que halla modo para consolar a los demás. Y, respondiendo a su invitación, por medio de don Antonio Sala, le hacía saber que pasaría por el colegio cuando llegase el tiempo de ir a ejercicios a San Ignacio. El buen Padre no se sentía con ánimo para separarse del Oratorio, mientras el pobre don Domingo Ruffino parecía llegar al término de sus días. (**Es8.146**))
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