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((**Es7.423**) >>-Como no conozco bien los juegos de aquí, me caigo y me doy golpes en la cabeza, en los brazos o en las piernas. Ayer corriendo me di de cara con la de un compañero y los dos hemos sangrado por las narices. >>-íPobrecito! Vete con más cuidado y moderación. >>-Pero usted me asegura que el recreo agrada al Señor y yo quisiera aprender bien todos los juegos que hacen mis compañeros. >>-No es así, querido; los juegos y ejercicios deben aprenderse poco a poco, a medida que vayas siendo capaz, y siempre de forma que sirvan de entretenimiento, pero no de molestia al cuerpo. >>La primera vez que entró en mi habitación leyó un letrero con estas palabras: cada minuto de tiempo es un tesoro. >>-No entiendo, dijo con ansiedad, qué quieren significar estas palabras. Cómo podemos ganar nosotros un tesoro a cada minuto? >>-Realmente es así. En cada minuto podemos adquirir un conocimiento científico o religioso, podemos practicar una virtud, hacer un acto de amor de Dios y estas cosas son ante el Señor otros tantos tesoros, que nos ayudan para el tiempo y para la eternidad. >>No dijo nada más, pero escribió sobre un trozo de papel la frase y luego añadió: -He entendido>>. Ofrecemos sólo estas páginas para resaltar ((**It7.496**)) la encantadora familiaridad de don Bosco con sus alumnos. Para conocer las admirables virtudes de Besucco remitimos a los lectores a la biografía que de él escribió el mismo don Bosco. Poseía en sumo grado el espíritu de oración y acostumbraba arrodillarse en el mismo lugar donde Domingo Savio oraba ante el altar de la Virgen María. Como le prohibieron las penitencias corporales, realizaba los trabajos más humildes de la casa y prestaba a los compañeros toda suerte de ayuda material y espiritual, inspirado por la caridad. Al mismo tiempo, además de la mortificación de los sentidos externos, especialmente de los ojos, consideraba como penitencia la diligencia en el estudio, la atención en clase, la obediencia a los superiores, el soportar las incomodidades de la vida, como el calor, el frío, el viento, el hambre, la sed. Formaban sus delicias los actos de adoración al Santísimo Sacramento, la confesión y la comunión. Su ardiente amor a Jesús Sacramentado era consecuencia, como ya hemos referido muchas veces, de las encendidas instrucciones de don Bosco y de su celo para apartar cualquier obstáculo que pudiese disminuir la frecuencia de los sacramentos. 1 El pastorcito de los Alpes, por el presbítero Juan Bosco, capítulo XX. (**Es7.423**))
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