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((**Es7.351**) una gracia duradera y le obtuvo de la Curia el permiso para reanudar los estudios teológicos. Por consiguiente, a pesar de la antedicha respuesta negativa del Provicario, previendo el éxito que tendría en el campo evangélico este buen clérigo, tanto se empeñó que, al fin, le vio ordenado sacerdote. Y resultó un buen sacerdote piadoso y docto. Fue, primero, párroco en Candiolo. León XIII quería nombrarlo Obispo, pero admitió las razones aducidas por Leggero para ser dispensado de aquel honor con demasiada responsabilidad. Finalmente en 1887, fue nombrado canónigo párroco de la catedral de Turín y ocupó un sitial del coro, con el mismo canónigo Vogliotti. Nos atestigua el canónigo Anfossi: -Yo mismo fui testigo de este hecho, que me fue confirmado por el reverendísimo Leggero, quien reconocía que su curación había sido un auténtico milagro del siervo de Dios, y añadía: <<íDon Bosco fue para mí un segundo padre!>> En estos días sumaba don Bosco a las pruebas de su bondad las de su prudencia y justicia. No toleraba las faltas de respeto a quien estaba revestido de autoridad. Sucedió, pues, que un asistente, que no era bien visto por los muchachos, fue despreciado por algunos de éstos, e, irritado, levantó la mano. Aquella violencia suscitó una gran agitación en la comunidad, no acostumbrada a tales reprensiones. Entre los muchachos había aquella noche viva curiosidad por lo que diría don Bosco, ((**It7.409**)) el cual, después de haber amonestado en privado al asistente, subió a la pequeña cátedra. Con la faz muy seria comenzó a decir que ya sabían todos el disgusto que le causaba, no sólo saber que un muchacho hubiese recibido un golpe, sino también que fuese reprendido con excesiva severidad. El prohibía absolutamente semejantes formas. Luego pasó a explicar que ciertas faltas de respeto y ciertas burlas habían irritado a un pobre clérigo, al que no podía exigírsele, aunque se hubiese equivocado, soportar lo que era fruto de una virtud casi heroica. Por otro lado, los actos y las palabras de un alumno debían juzgarse como una auténtica insubordinación, que, en otras circunstancias, no hubiera podido quedar sin castigo. Sin embargo, que era mejor remediar pacíficamente aquel desorden. Y así, por una parte no se empleen jamás villanías ni por la otra violencias. Al llegar a este punto, suspendió el discurso, se serenó su semblante y, con amable sonrisa, continuó: -Querría, por el afecto que os tengo a todos, hacer lo imposible... Me duele la zurra que habéis recibido... pero no os la puedo quitar. (**Es7.351**))
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