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((**Es7.328**) apuros económicos, al ver su continuo afán de agrandar el Oratorio y sus demás obras, si alguna vez habían pensado que se aventuraba demasiado, viéndose obligado a desistir por falta de medios, ahora no sabían qué decir. Muchos personajes de la ciudad, hasta eclesiásticos, le creyeron temerario al emprender siempre nuevas obras, y alguno le escribió: -Mientras usted viva, con su fama sostendrá sus obras, mas cuando el Señor le llame a la otra vida, éstas se vendrán abajo o quedarán sin acabar. Pero otro gran número de personas tenía confianza ciega en las palabras de don Bosco. Entre ellos estaba el profesor de retórica don Mateo Picco, el cual le conocía íntimamente y profesaba al siervo de Dios un gran aprecio y le consideraba un hombre extraordinario. Se maravillaba sobre todo al verle salir a flote en asuntos que parecían imposibles. Por esto, cuando oía a don Bosco manifestar alguno de sus grandes proyectos, por ejemplo el de la nueva iglesia, solía exclamar: -Es posible?... Pero si don Bosco lo dice, así será. Y así debía ser, porque su obra era obra de Dios y porque, como le dijo a don Miguel Rúa el cardenal Agostini, Patriarca de Venecia, Dios no acostumbra realizar obras grandiosas si no es a través de sus santos. En tanto los Rosminianos se habían determinado a vender su ((**It7.381**)) parcela de Valdocco, porque, no sólo no les proporcionaba provecho alguno, sino que debían pagar la contribución. Publicaron el precio de venta, mas como era un poco elevado, no se presentó ningún comprador. Sin embargo, su procurador y algunos otros habían decidido no ceder nunca la propiedad en favor de don Bosco, hacia el cual conservaban cierta frialdad, por no haberse plegado don Angel Savio a sus propuestas. Entonces don Bosco se sirvió del señor Francisco Tortone, su insigne amigo, quien llevó a cabo los trámites como si él quisiera comprarlo, pero en realidad lo hacía para cederlo a don Bosco. El mismo fijó el precio y las condiciones a su gusto y los otros consintieron. Llegó el día del contrato. El señor Tortone y el delegado de los Rosminianos se presentaron en el despacho del notario Turvano. De improviso apareció don Bosco. Entonces el delegado protestó que no era con don Bosco con quien él había entendido tratar; más aún, que el propietario se oponía a la venta del terreno, si se trataba de don Bosco. El señor Tortone dijo: (**Es7.328**))
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