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((**Es7.31**) propuesta. Después, tenía la costumbre de levantar sus ojos al cielo, como quien busca en Dios las luces necesarias. Muchas veces seguía hablando de cosas menos importantes mientras examinaba con su mente todas las partes de la cuestión y luego, volviendo al punto principal, daba la respuesta que le parecía más conforme para la gloria de Dios y el bien de las almas. Otras veces, si se trataba de dudas intrincadas, no se fiaba del todo de sí mismo y se reservaba el responder hasta después de unos días, recomendando al interesado que le ayudara con la oración. Entre tanto, consultaba autores o recurría a hombres competentes en la materia o también dirigía a sus visitantes a uno u otro de éstos y frecuentemente al célebre moralista, el teólogo Bertagna, a fin de que expusieran a aquellos intelectuales sus dudas. Pero difícilmente era reformado su parecer. A veces, ante cuestiones que tenían relación con las leyes civiles, mandaba a don Miguel Rúa a consultar a doctos abogados y también a eclesiásticos. Este, que fue testigo continuo de cuanto realizaba don Bosco, nos aseguró por escrito: <((**It7.23**)) contar la cantidad de personas que me afirmaron haber sido consoladas, animadas en sus aflicciones, socorridas en sus dificultades y apuros, gracias a su eximia prudencia. >>A menudo, hablaba sin rodeos y con rapidez como persona que manifestase el querer divino. Sus consejos, si bien parecían contrarios a los criterios humanos, no obstante, aceptados y practicados, conseguían poner en paz las conciencias, daban fin a molestos pleitos, llevaban comprensión a las familias, guiaban por la senda segura a personas dudosas de su vocación. Por el contrario, he visto a algunos que, no queriendo admitir sus decisiones, tuvieron que sufrir después graves consecuencias. Ellos mismos me confesaron que se habían equivocado, y que el asunto hubiese tenido aquella vez mejor resultado, si hubieran hecho lo sugerido por don Bosco. Con todo, la mayor parte de la gente, segura de oír de él una palabra sincera, recibía sus decisiones como oráculos>>. Llegó al Oratorio una señora, totalmente desconocida, para hablar con don Bosco: estuvo a la puerta de su despacho más de dos horas esperando. Cuando logró hablarle, narróle sus penas y sus angustias, preguntándole si podía estar tranquila ante Dios. Don Bosco le respondió que marchase tranquila, sin temor alguno. No obstante, la señora no parecía satisfecha; pero don Bosco añadió: -Quiere usted la voluntad de Dios o la suya?(**Es7.31**))
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