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((**Es7.293**) temprano a clase con el capellán de Morialdo y hacía los deberes por la noche. José recordaba, además, las escuelas de Castelnuovo, el colegio y el Seminario de Chieri, pero ocultaba los grandes sacrificios, realizados por él mismo, para que don Bosco llegase a ser sacerdote. Estaban ávidos los alumnos de aquellas narraciones, siempre instructivas, pero podían disfrutar de ellas pocas veces, porque José solamente iba al Oratorio en dos o tres ocasiones al año y por pocos días. El trabajo y los múltiples quehaceres le tenían atado en Morialdo. Era considerado en Castelnuovo y sus alrededores como hombre de singular talento, virtud y generosidad sin igual. En consecuencia le presentaban los más difíciles y complicados pleitos, que se arreglaban amigablemente según su dictamen, pues todos se rendían sin replicar a su decisión. Cuando alguien estaba agobiado por las deudas, si él podía, satisfacía al acreedor, por lo que era muy querido de todos y reputado como el ángel consolador de las familias. La educación cristiana recibida de su madre había hecho germinar en su corazón las más amables virtudes. El no vivía para las cosas de la tierra, sino que suspiraba por las riquezas del paraíso. Se puede decir que había previsto su muerte. Un día del mes de noviembre apareció inesperadamente en el Oratorio. Tenía en Turín alguna pequeña cuenta que liquidar y la pagó; aquel mismo día quiso confesarse y comulgar. -Mas por qué, le dijo don Bosco, has venido en este tiempo en el que no acostumbras alejarte de casa? -Porque, contestó José, sentía un gran deseo ((**It7.340**)) de saldar todas mis deudas y de confesarme. Me parece... me parece... que una voz me dice que me dé prisa. Don Bosco quiso retenerlo consigo unos días, pero él se empeñó en marchar. Sin embargo, poco tiempo después, regresó: -De nuevo estás aquí?, exclamó don Bosco al verle; ocurre algo en casa? -No; he venido para pedirte un consejo. Ya sabes que me hice fiador de fulano: ahora me viene una duda. Si vivo no me retracto; estoy pronto a pagar y pagaré: pero y si muriese? -Si mueres, todo está acabado, observó don Bosco sonriendo; pague el que queda. -Pero yo no querría que perdiese el acreedor, después de haber confiado en mi palabra. -En cuanto a eso descansa tranquilo. Si tú no pudieras pagar, saldría yo fiador. (**Es7.293**))
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