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((**Es7.281**) usted ha forjado un héroe, un mártir. Puedo asegurarle que eran dos mil los que se habían ofrecido y ligado con juramento para asesinarle, uno a falta de otro. -Yo ignoraba este último detalle; mas, aunque lo hubiese conocido, no podría asegurar que lo hubiera escrito, pues mi compendio de historia es para uso de la juventud y por esto debía restringirme a ciertos límites y elegir solamente aquellos hechos que pudieran servir de provecho moral a mis lectores. Por lo demás, no he tejido una biografía de aquel príncipe, sino que he narrado solamente su trágica muerte, que declaré muerte de buen cristiano, porque en efecto murió resignado a la volundad divina, fortalecido con los auxilios de la religión y perdonando a su asesino. -Basta, yo le aconsejaría que corrigiese esa historia, antes de reimprimirla. -Si usted, señor Comendador, quisiera ser tan amable que me indicara o advirtiera las modificaciones o correcciones a hacer, le aseguro que lo tendría muy en cuenta para la nueva edición. -Me agrada su condescendencia; usted no es obstinado en sus ideas; y esto me gusta. Mas ahora pasemos a otro asunto, y dígame qué impedimento tiene para sus escuelas y qué dificultad halla para someterse a la Autoridad escolástica. -No tengo ninguna dificultad, sólo suplico a V. S. quiera concederme que los actuales maestros puedan continuar su enseñanza en las clases de las que están actualmente encargados. -Quienes son esos maestros? ((**It7.326**)) -Son Francesia, Durando, Cerruti y Anfossi. -Y por quién son pagados? -Por nadie. Ellos también fueron alumnos del Oratorio y ahora disfrutan dedicando sus propias fatigas en favor de los demás, como otros las emplearon antaño para ellos. -No veo ninguna dificultad en ello. Si eso es así, yo lo apruebo sin más. Envíeme solamente una petición formal indicando el nombre les había dado. Luego comendó a los hijos obediencia a la duquesa su madre y el cumplimiento de todos sus deberes. Recitó varias veces en voz alta el Padrenuestro, pronunciando con profundo sentimiento las palabras: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Estrechando el crucifijo entre las manos, lo besaba a menudo con tales muestras de cristiana piedad que todos los presentes estaban profundamente conmovidos. Así moría un príncipe herido a traición en la flor de sus años: perdonando al propio asesino. Expiró veintitrés horas después del asesinato, a la edad de treinta y un años, dejando heredero a su primogénito de seis años, bajo la regencia de la Duquesa su esposa>>. (V. Historia de Italia de don Bosco). (**Es7.281**))
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