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((**Es7.249**) ansias de conocerle, cierto sacerdote de familia rica, elegantemente vestido, más como un seglar que como un sacerdote, con zapatos de charol, corbata y alfiler de oro, a la última moda. Comenzó dándole el parabién por el agradable conjunto de sus muchachos y por su buena conducta, y le presentó sus felicitaciones y elogios por la educación que les daba. Don Bosco dejó caer aquella elocuente lluvia de alabanzas sin mirarle a la cara, ni prestar atención a sus palabras y, cuando acabó, como si no le hubiera visto ni escuchado, le dijo: -Quién es usted? De dónde viene? -Soy de Asti, respondió, y al haberme enterado de su paso por este pueblo, me creí en la obligación de conocer a un hombre tan grande. -íCómo!, exclamó don Bosco, y usted se ha atrevido a venir hasta aquí desde Asti, vestido de ese modo? ((**It7.286**)) -Sí; hace ya mucho que visto así y nadie me ha dicho nada. -Y el Vicario Capitular de Asti, replicó don Bosco, no le ha prohibido ir de este modo? Y empezó a demostrarle, con toda vehemencia, el mal que hacía yendo así. Fue un diálogo largo, tras el cual, con diversas razones y excusas, terminó aquel sacerdote por aceptar reverentemente las advertencias de don Bosco. Al día siguiente, se presentó en Vignale vestido de sotana y se entretuvo un rato con don Bosco, para asegurarle que en adelante seguiría sus saludables consejos. Mientras tanto don Bosco, que buscaba la manera de retornar a Turín, envió al clérigo Juan Bautista Anfossi al comendador Bona, director general de ferrocarriles, para pedirle dos vagones de tercera clase y gratuitos, para el destino que requiriese el itinerario del paseo. El comendador lo recibió amablemente, oyó la petición y dijo al clérigo que volviese a la mañana siguiente para saber la respuesta. Esta fue una carta en la cual, recordando las benemerencias de don Bosco con la Sociedad y el Estado, le concedía aquel favor. Debía presentar su carta a cualquier Jefe de Estación, a quien se le ordenaba que pusiera a disposición del Oratorio dos vagones gratuitamente, para cualquier línea que le fuere indicado. Este favor se renovó en los paseos de 1863 y 1864. En cuanto don Bosco recibió la carta del comendador Bona, decidió partir de Vignale, donde se había ganado los corazones con su amabilidad y firmeza en el hablar. Estos sus generosos huéspedes deben contarse entre los más grandes y constantes bienhechores de todas las obras salesianas. La señora Condesa había prometido a don Bosco colaborar con una importante (**Es7.249**))
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