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((**Es7.247**) El domingo 12 de octubre, se celebró en la parroquia la fiesta del Sagrado Corazón de María. Don Bosco y otros sacerdotes estuvieron confesando durante cuatro largas horas. Hubo comunión general. A las diez, misa cantada por un sacerdote del Oratorio, servido por diez monaguillos del clero infantil. Don Juan Cagliero dirigió el coro. Después de vísperas, predicó don Bosco en piamontés. La iglesia, de una sola nave amplia y majestuosa, estaba abarrotada de fieles. Don Bosco narró la historia de la Archicofradía del Sagrado Corazón de María para la conversión de los pecadores, e hizo observaciones tan eficaces sobre este tema que el auditorio quedó profundamente conmovido. El párroco don José Goria, que asistía revestido de muceta, estaba atentísimo sobre manera y no apartaba sus ojos, arrasados en lágrimas, del predicador, que habló durante más de una hora sin que a nadie le pareciera largo. Al terminar el sermón, bajó don Bosco del púlpito, entró el párroco en la sacristía atestada de gente, se presentó ante él llorando y le besó la mano, agradeciéndole el bien que había hecho a sus feligreses y particularmente a su alma. Después del sermón se cantaron las letanías, se impartió la bendición, y luego hubo teatro, fuegos artificiales y suelta de globos aerostáticos. Un hecho aún más memorable sucedía aquella misma noche. Un buen número de muchachos rodeaba a don Bosco; estaban entre ellos José Buzzetti y el estudiante Modesto Davico. Cuando he aquí que don Bosco, después de un momento de ensimismamiento, dijo: -Pongámonos de rodilllas y recitemos una Avemaría y un De profundis por aquél de vuestros compañeros que morirá esta noche. íEs fácil imaginar el estupor de los muchachos! Pusiéronse de rodillas ((**It7.284**)) y recitaron aquellas oraciones. Davico se levantó y dijo a don Bosco: -íCaramba! Esta si que es buena. Nos trae de paseo y nos dice que tenemos que morir... Y don Bosco dirigiéndose a todos ellos, replicó: -Davico tiene miedo, eh? Teme que le toque a él. -Yo no tento miedo; pero, claro está, no son noticias como para ponerse a cantar. -Tranquilos; ninguno de vosotros está destinado a morir. El que tiene que morir está ahora en el Oratorio sano y satisfecho, corriendo por el patio con los demás compañeros y no sabe que, antes de que amanezca, deberá presentarse ante el tribunal de Dios. (**Es7.247**))
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