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((**Es7.209**) patio y allí me señaló entre la hierba una enorme serpiente de siete u ocho metros de longitud y de un grosor extraordinario. Horrorizado al contemplarla, quise huir. -No, no, me dijo mi acompañante; no huya; venga conmigo y vea. -Y cómo quiere, respondí, que yo me atreva a acercarme a esa bestia? -No tenga miedo, no le hará ningún mal; venga conmigo. -iAh! exclamé; no soy tan necio como para exponerme a tal peligro. -Entonces, continuó mi acompañante, aguarde aquí. Y seguidamente fue en busca de una cuerda y con ella en la mano volvió junto a mí y me dijo: -Tome esta cuerda por una punta y sujétela bien; yo agarraré el otro extremo y me pondré en la parte opuesta y así la mantendremos suspendida sobre la serpiente. -Y después? -Después la dejaremos caer sobre su espina dorsal. -íAh! No; por favor. íAy de nosotros si lo hacemos! La serpiente saltara enfurecida y nos despedazará. -No, no; déjeme a mí, añadió el desconocido, yo sé lo que me hago. -No, de ninguna manera; no quiero hacer una experiencia que me pueda costar la vida. Y ya me disponía a huir. Pero él insitió de nuevo, asegurándome que no había nada que temer; que la serpiente no me haría el menor daño. Y tanto me dijo, que me quedé donde estaba, dispuesto a hacer lo que me decía. El, entretanto, pasó al otro lado del monstruo, levantó la cuerda y con ella dio un latigazo sobre el lomo del animal. La serpiente dio un salto volviendo la cabeza hacia atrás para morder el objeto que la había herido, pero en lugar de clavar los dientes en la cuerda, quedó enlazada en ella como por un nudo corredizo. Entonces el desconocido me gritó: -Sujete bien la cuerda, sujétela bien, que no se le escape. Y corrió a un peral ((**It7.239**)) que había allí cerca y ató a su tronco el extremo que tenía en la mano; corrió después hacia mí, tomó la otra punta y fue a amarrarla a la reja de una ventana de la casa. Entretanto la serpiente se agitaba, movía furiosamente sus anillos y daba tales golpes con la cabeza y anillos en el suelo, que sus carnes se rompían saltando a pedazos a gran distancia. Así continuó mientras tuvo vida; y, una vez que hubo muerto, no quedó de ella más que el esqueleto descarnado. Entonces, aquel mismo hombre desató la cuerda del árbol y de la ventana, la recogió, formó con ella un ovillo y me dijo: -íPreste atención! Metió la cuerda en una caja, la cerró, y después de unos momentos, la abrió. Los jóvenes habían acudido a mi alrededor. Miramos el interior de la caja y quedamos maravillados. La cuerda estaba dispuesta de tal manera que formaba las palabras: íAve María! -Pero cómo es posible?, dije. Tú metiste la cuerda en la caja a la buena de Dios y ahora aparece de esa manera. -Mira, dijo él; la serpiente representa al demonio y la cuerda el Ave María, o mejor, el Rosario, que es una serie de Avemarías con el cual y con las cuales se puede derribar, vencer, destruir a todos los demonios del infierno. -Hasta aquí, concluyó don Bosco, llega la primera parte del sueño. Hay otra segunda parte más interesante para todos. Pero ya es tarde y por eso la contaremos mañana por la noche. Entretanto, tengamos presente lo que dijo mi amigo respecto (**Es7.209**))
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