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((**Es7.175**) ventaja en Sicilia, se disponían a sublebarse, si el Gobierno se oponía a la marcha de Garibaldi. Y éste avanzaba con quinientos voluntarios hacia el interior de la isla, visitando las poblaciones para excitarlas con violentos discursos contra el Papa, al grito constantemente repetido de: íRoma es nuestra! íRoma o la muerte! Y las turbas asalariadas repetían tumultuosas este grito en las ciudades del interior para hacer creer al mundo que ésa era la voluntad de toda la nación. Se quería poner a Napoleón en la necesidad moral de abandonar Roma a merced de los revolucionarios. Entre tanto, las tropas regulares con orden de evitar todo choque, fingían perseguir a Garibaldi, el cual, recibido con toda suerte de honores por los representantes del Gobierno y de los municipios, llegaba a Catania el día 18 de agosto. Allí asumió en pleno las funciones de Dictador y de esta forma se presentaba el peligro de una revolución republicana contra la monarquía. Entonces el Ministerio decretó, y publicó el día 20, el estado de sitio y el bloqueo marítimo efectivo de toda Sicilia, comunicándolo oficialmente a los ministros de las potencias extranjeras. ((**It7.196**)) El 25 de agosto desembarcaba Garibaldi en Calabria con dos mil hombres, porque la flota que maniobraba en el estrecho, so pretexto de impedir el desembarco, tenía la consigna de dejarle pasar. El había publicado un bando con la protesta de querer obedecer al Rey y no a un ministerio que traicionaba a la nación y de estar resuelto a entrar como vencedor en Roma o a morir junto a sus murallas. El general La M…rmora, que se enteró de esto, reforzó la guarniciones con muchos miles de soldados y proclamó el estado de sitio en todas las provincias de Nápoles, de acuerdo con las órdenes recibidas de Turín. Estaba en claro cómo Napoleón, para no enemistarse con los católicos franceses, cuyo voto favorable necesitaba para las nuevas elecciones de 1863, aseguraba al Papa que él no permitiría nunca se tocase el actual Estado de la Iglesia; que ordenaría al general Montebello, comandante de los franceses en Roma, que uniera sus soldados a los zuavos pontificios para rechazar cualquier asalto. Proseguir por consiguiente la empresa era lo mismo que tirarlo todo por la borda y, por otra parte, se tenía certeza de que Garibaldi no desistiría de su propósito. Por eso se decidió poner resistencia a aquel torrente amenazador. Pero Garibaldi, sin convencerse de que el Gobierno obrase en serio, apoyándose en una carta un tanto oscura recibida del Rey, según él andaba diciendo, ilusionado con la esperanza de que los regimientos (**Es7.175**))
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