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((**Es7.17**) al dictado, currente cálamo, el nombre de todos los jóvenes y demás personas que se hallaban en el Oratorio sin el menor orden alfabético. A medida que escribía un nombre, seguía el aguinaldo correspondiente que le venía sugerido: nombre y aguinaldo ocupaban una sola línea. Estas líneas llenaron veinte o más folios por una sola parte y a saltos, porque algunas páginas estaban ya totalmente llenas o hasta la mitad. ((**It7.5**)) Suman quinientas setenta y tres máximas, pensamientos, avisos o como se quieran llamar, de cosas a practicar o a dejar. Son precisos, diversos, apropiados a la necesidad de cada uno; de estímulo para los buenos, y de reproche para los malos o negligentes. Resulta un trabajo interesante, y añadiríamos imposible de realizar en una noche, el pensar tantas recomendaciones concretas, particulares y tan acertadas. Se comprende que, si su mano escribía, era otra mente la que dictaba. En efecto, como se verá, ciertos aguinaldos descubrieron secretos como para hacer reflexionar a quienes los recibieron. Acaeció un caso extraño en aquellos días. Como don Bosco había comunicado que poseía un aguinaldo tan maravilloso a repartir, transcurrió algún día desde la notificación hasta la distribución completa. Entonces dos muchachos díscolos (así lo contó don Bosco varias veces) se pusieron de acuerdo para entrar en la habitación del Superior, cuando él estuviese fuera, secuestrarle el cuaderno y averiguar si había algo escrito sobre ellos o al menos leer los aguinaldos antes de que fueran distribuidos. Estaban impulsados por un poco de malicia, curiosidad, o deseo de burlarse de los compañeros, una vez conocidos sus secretos. Y tanto hicieron que lograron apoderarse del cuaderno. Pasaron y revolvieron las páginas ávidamente, pero con gran sorpresa las vieron todas en blanco: por lo que dejaron el cuaderno en su lugar, sin haber podido descubrir absolutamente nada. Don Bosco contó después a todos los jóvenes reunidos cómo los dos curiosos habían sido castigados por Dios. Don Joaquín Berto, años más tarde, oyó confirmar lo mismo de sus propios labios. Los muchachos, mientras tanto, se agolpaban con cierta ansiedad ante la puerta de la habitación de don Bosco, para recibir el propio papelito. Fue grandísimo el impacto que produjo este aguinaldo y no se puede imaginar el bien que hizo. Por aquellos días unos estaban locos de alegría, otros andaban pensativos, quienes lloraban, quienes estaban solitarios. Alguno mostró su propio papelito a los compañeros, otros, en cambio, lo tuvieron cuidadosamente oculto. El clérigo Domingo Ruffino se dio prisa en juntar el mayor ((**It7.6**))(**Es7.17**))
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