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((**Es6.98**) y, después, a su tiempo y con prudencia, preparaba al interesado. Los hechos confirmaban siempre la profecía, y por eso nosotros le prestábamos fe>>. Y vamos ya a la memorable profecía. La noche del 31 de diciembre, un muchacho que estaba cerca de don Bosco había oído la pregunta de Magone. Se llamaba Constancio Bernardi, natural de Chiusa de Cúneo y tenía dieciséis años. Con las palabras de don Bosco se formó en su corazón la firme persuasión de que era él el designado, y comenzó a decir: -íMe toca a mí! Por lo cual, después de prepararse con una buena confesión, escribió sin más una carta a sus padres pidiendo perdón por las faltas que había cometido cuando estaba en casa y despidiéndose de ellos porque, afirmaba, tenía que partir para la otra vida. Pidió y obtuvo permiso para ir al Cottolengo, donde había vivido dos años, para saludar por última vez al canónigo Anglesio y a sus antiguos amigos. Hablaba francamente del gran ((**It6.119**)) viaje, afirmando que había llegado el fin de sus días. Todos los que conocía en el Oratorio y fuera de él, lo tomaron por maniático. Algunos muchachos fueron a contar a don Bosco la idea fija de Berardi, pero don Bosco, sin dar muestras de sorpresa, contestó con un: <>, que no significaba ni sí ni no. De ello corrió por la casa la sospecha de que realmente era Berardi el que había de morir. El seguía repitiendo muy tranquilo: -íMe toca a mí morir! <>. Los otros muchachos, que también observaban con atención cada palabra y cada gesto de don Bosco notaron que no había hecho caso a Magone, que le alargaba la mano, y hubo varias opiniones referentes al cumplimiento de la predicción. Llegó el domingo dieciséis de enero y los socios de la compañía(**Es6.98**))
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