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((**Es6.793**) parecía sin embargo presagiar que iba a estar sometido a alguna dura prueba, a alguna encarnizada lucha. Una mañana, se encontró Francisco con algunos de sus compañeros a la hora del desayuno y dijo: -Esta noche tuve un sueño muy raro; me encontré en él en un gran apuro y si os gusta, os lo contaré para que os divirtáis. Parecióme estar en un campo leyendo un libro, cuando he aquí que salió a mi encuentro un monstruo horrible. Al intentar escapar, se lanzó furioso contra mí con la rapidez del rayo. Como no tenía otra salida, me dispuse a defenderme. Levanté un bastón, que tenía en las manos, le descargué unos golpes en la cabeza, en las costillas, donde podía; y hubo un momento que creí haberlo vencido o que había quedado por lo menos medio muerto y fuera de combate. Pero de pronto, al volver yo la espalda y echar a correr, el monstruo recobró las fuerzas y, con redoblado ahínco, me acometió intentando abrirme el pecho con sus garras. Figuraos mi espanto. Volví a ponerme a la defensiva, pero ésta me resultaba más difícil y trabajosa, porque me encontraba ya cansado; a pesar de todo logré salir vencedor. Pero qué? El monstruo se lanzó contra mí por tercera y cuarta vez y yo me sentía desfallecer de cansancio; el miedo a ser despedazado me prestaba aliento y no me rendía. Empapado en sudor y jadeante, no pudiendo ya tenerme en pie, me volví al Señor, invoqué a la Virgen y lanzando un grito: -íMaría, ayúdame!, me desperté. El mismo grito que lancé me ayudó a disipar la terrible impresión del espantoso sueño. Me sentí entonces consolado, siguió diciendo Francisco, al encontrarme tranquilo en mi casa y fuera de todo peligro; pero, os aseguro que me sentía realmente abrumado de cansancio, empapado en sudor. Intenté descubrirme un poco para respirar más libremente y me encontré con las manos agarrotadas de modo que no las podía separar una de otra. Temí que aquello ((**It6.1053**)) fuera una realidad o que me hubiera lastimado en el sueño; pero de pronto me di cuenta de que tenía las manos entrelazadas con el rosario. Entonces subió de punto mi alegría, me eché a reír y dije para mis adentros. -íYa!, comprendo; el arma para vencer al monstruo no es el palo material, sino la oración. Alguien refirió a don Bosco este sueño, y el buen padre se limitó a decir: -íYa veréis! Sabemos por los sagrados libros que, porque así lo permitió Dios, el santo Job fue atormentado con un sinnúmero de calamidades (**Es6.793**))
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