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((**Es6.767**) El 8 de octubre, y martes, comenzó con el santo sacrificio y una plática de don Bosco para el pueblo, que atestaba la iglesia. Una majestuosa tortada de un metro de ancha, cocida en una caldera para la colada, humeaba soberbiamente sobre la mesa aguardándonos; y no tardamos en lanzarnos al asalto. El toque festivo de las campanas llamó después al pueblo para la misa solemne, que cantamos en una capillita de la villa. Después de la comida, hubo música, se recitó una poesía para dar las gracias al generoso teólogo Barbero y se dispersaron todos a pasear por las calles del pueblo y los campos vecinos. A las cuatro y media las campanas los llamaron a la capilla. Nuestros cantores alcanzaron un éxito maravilloso. La fiesta religiosa terminó a eso de las siete después de las vísperas, una devota procesión y la bendición. Toda la gente corrió entonces al corral donde se había preparado el escenario para la representación teatral; los cómicos hicieron reír a los espectadores hasta las once con una comedia y un sainete. El día 9 de octubre se cantó una misa de difuntos con música, en sufragio de los difuntos del pueblo. Más tarde, mientras unos respiraban el aire puro del campo, conversaban otros en el jardín del párroco y saludaban algunos a los amigos y condiscípulos que estaban de vacaciones, un agitado redoble de tambor nos reunió a todos en el ((**It6.1017**)) acostumbrado salón para comer. El párroco de Corsione, don Juan Bautista Roggiero, nos regaló varias botellas de vino exquisito y una cantidad de quesitos para la merienda. Honramos con un concierto musical a nuestro huésped y nos despedimos de él, a las dos de la tarde, para proseguir el viaje. Pero como el alcalde y el teniente de alcalde habían manifestado el deseo de que nos detuviésemos unos instantes en su casa, entramos sucesivamente en las dos, se tocaron unas piezas y se bebió una copita, ofrecida con la mayor cordialidad. Salimos ya del pueblo, pero pronto llegamos a Cossombrato. Después de una breve parada para visitar al caballero Pelletta, fuimos a casa del conde de Germagnano. En ambas casas hubo música, cantos y copas. Siempre era una gran fiesta, que nos demostraba cómo se apreciaba y quería a don Bosco. Desde las cinco ya no se interrumpió la marcha. Pasamos por un largo valle, flanqueado de amenísimas colinas sobre cuyas cumbres se asentaban lindos pueblecitos, cuyas gentes suspendían el trabajo de las viñas para contemplar aquella caravana de músicos jovencitos, seminaristas y sacerdotes. Los niños bajaban corriendo hasta el (**Es6.767**))
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