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((**Es6.714**) santurrones de don Bosco, instruidos en un arte u oficio o encaminados a los estudios, llevan hoy día una vida digna en la sociedad, satisfechos y dichosos todos ellos de la educación que recibieron, y son distinguidos industriales, abogados, profesores, oficiales del ejército, sacerdotes ejemplares, útiles para sí mismos y para sus hermanos. Más aún, no pocos de ellos, renunciando generosamente a sus comodidades e incluso prodigando su vida, penetraron ya en la Patagonia, llevando la luz de la religión y los beneficios de la civilización a tribus bárbaras y salvajes, haciéndose de este modo verdaderos bienhechores de la pobre humanidad. Notaremos también que algunos de ellos alcanzaron las más ((**It6.946**)) altas dignidades en la Iglesia, en la magistratura y en el gobierno del Estado. Tenemos, pues, muchos motivos para creer que el dedo de Dios, en aquella noche y en lo sucesivo, estuvo en favor nuestro e invitamos a la Gaceta a tenerle realmente un poco más de respeto, admirando sus grandes portentos>>. El domingo de Pentecostés, 19 de mayo, después de vísperas y de la plática, se cantó un solemne Tedéum, en el que tomaron parte los alumnos internos y externos del Oratorio y muchos bienhechores. Pero esto no les bastaba a los protegidos de María Santísima. La caída del rayo había despertado en algunos superiores del Oratorio el deseo de que don Bosco mandara colocar sobre la casa un pararrayos y le hablaron de ello. -Sí, -contestó-colocaremos una estatua de la Virgen. María nos defendió tan bien del rayo que cometeríamos una ingratitud, si confiáramos y acudiéramos a otros antes que a ella. Y su protección apareció muy visible otra vez aquel mismo año. Carlos Buzzetti puso manos a las nuevas construcciones, que le habían sido confiadas, y llevaba adelante los trabajos con tal rapidez que en el mes de noviembre estaban terminadas las obras. Quedaba todavía por arreglar el sótano, destinado a bodega, cuando he aquí que, estando en estos trabajos, uno de los arcos cedió. Era pleno día y trabajaban allí cuatro albañiles quitando la armadura. Uno de ellos quedó suspendido en el aire sobre un travesaño y avanzando a horcajadas sobre él pudo llegar hasta el vano de una ventana. Otro se encontraba en un rincón donde no se hundió la bóveda. El tercero se salvó por una viga, que le cayó casi encima, pero que, al quedar apoyada contra la pared, le sirvió de defensa. El cuarto quedó sepultado bajo los cascotes. Al oír el estruendo producido por el derrumbamiento, acudieron de todas partes de la casa. Temíase que el cuarto albañil estuviera aplastado y muerto bajo ((**It6.947**)) el peso de los (**Es6.714**))
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