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((**Es6.71**) suelo. Quién era el aparecido? Era el apostol san Pablo que acudía a consolar a Urbano en sus tribulaciones y a animar a Valeriano. -íLevántate, Valeriano, y cobra valor!, dijo san Pablo. También Valeriano, esforzado guerrero y hombre valeroso, temblaba en aquel momento como un niño. Al oír que le llamaban por su nombre, alzó ((**It6.80**)) un poco la cabeza, dirigió la mirada a aquel ser misterioso y se levantó. Entonces san Pablo le ofreció un libro diciéndole: -íLee! Valeriano abrió el libro y leyó en él estas palabras: Una sola ley, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios omnipotente, creador de cielo y tierra; un solo señor y redentor, Jesucristo. -Crees esto?, le preguntó san Pablo. -íSí, lo creo con toda mi alma!, repuso Valeriano. -Si lo crees, puedes recibir el santo bautismo y después volver a Cecilia y ver al ángel. Dicho esto, san Pablo desapareció. Entonces el papa Urbano administró el bautismo al convertido, lo vistió con la túnica blanca y, como apuntaban ya las primeras luces de la aurora, lo envió, así vestido, a Cecilia. Llegó Valeriano a la puerta del palacio de Cecilia, asediada de numerosos clientes llegados para saludar al amo y recibir la gratificación, sin hallar a aquella hora ningún obstáculo por parte de los siervos ostiarios. Atravesó los atrios y fuese derecho a la habitación de la santa virgen. Detúvose ante el umbral, levantó un poco la cortina que tapaba la entrada. íQué espectáculo contemplaron sus ojos! Cecilia rezaba de rodillas y estaba a su lado, en pie, su ángel. Aquel ángel despedía una luz tan clara como el sol, que iluminaba la habitación. La hermosura de su rostro, la riqueza de sus vestidos, el magnífico esplendor de sus alas, pintadas de varios colores, era tal que resulta imposible describirlo con lengua humana. Las alas nacían de las espaldas con toda suerte de admirables trenzados, obra de manos divinas, y acababan en sus extremidades con vivísimos colores irisados. Ante aquella visión dudaba Valeriano si debía entrar, pero ya casi acostumbrado a la presencia de los habitantes del cielo, con la reciente aparición de san Pablo, se animó y entró. Fue en seguida a arrodillarse junto al ángel, de modo que éste quedó en medio entre Cecilia y Valeriano. Valeriano, aunque estaba poseído de intenso fervor, con todo, deslumbrado por aquella luz fulgurante, rezaba a duras penas y su atención quedaba distraída con el celeste personaje. Después de un rato de oración, el ángel sacó dos bellísimas coronas de rosas y las colocó sobre las cabezas de Cecilia y Valeriano. Luego dijo: -Guardad, jóvenes míos, estas coronas que os he traído del jardín del ((**It6.81**)) Paraíso, con la pureza del corazón y la santidad de la vida. Vuestras oraciones han sido escuchadas por el Señor; pedid lo que deseáis y se os concederá. Entonces Valeriano dijo: -Te pido la conversión de mi hermano Tiburcio. -Si sólo deseas esto, contestó el ángel, ya está concedido. Y desapareció. En aquel instante se oyeron los pasos de Tiburcio, que se acercaba a la puerta, y abrió. -íOh, qué fragancia tan deliciosa se percibe en esta sala! Qué flores, qué aromas despiden este perfume? En mi vida he experimentado nada semejante. Entonces Valeriano respondió:(**Es6.71**))
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