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((**Es6.671**) inglés, dejaba a sus soldados el cuidado de la guerra, mientras él se estaba tranquilamente en su palacio. Rápidamente, a una batalla sucedía otra y siempre con la derrota de los suyos. Estaban ya en poder del enemigo muchas provincias. Podía darse por perdido el reino. Enviaron entonces los generales al rey un distinguido oficial para que le sacudiera ((**It6.888**)) de su inercia, haciéndole presente el peligroso extremo en que se encontraba e induciéndole a aprovechar los últimos recursos para la defensa. Al llegar a palacio, fue detenido el oficial a la puerta, y allí estuvo aguardando dos o tres horas, antes de ser admitido en audiencia. Entre tanto el rey bailaba, jugaba y bebía alegremente. Por fin fue introducido el oficial. Recibióle el rey con suma cortesía; en lugar de preguntarle por la suerte de la guerra, empezó a hablarle de cacerías y banquetes y acabó señalándole una mesa e invitándole a jugar a los naipes con él. >>Miró extrañado el oficial a su soberano, sin proferir palabra y permaneció inmóvil en pie. -Habéis entendido?, replicó el rey, qué estáis pensando en este momento? >>-Majestad, respondió el oficial, estoy asombrado. íNunca he visto a nadie caminar hacia la ruina tan alegremente como Vos! >>Queridos hijos míos; ía cuántos, que tienen el pecado en la conciencia y, sin embargo, juegan, ríen, comen, beben, se divierten y tienen el infierno abierto bajo sus pies, se podrían aplicar estas palabras!>> La muerte de un alumno venía a poner sobre aviso en el Oratorio a quien tal vez lo necesitaba. Escribe Ruffino: <>El día 24 de diciembre de 1860 don Bosco había anunciado: -Hay algunos entre nosotros que dentro de pocos meses ya no estarán aquí. Hay uno... y éste no piensa en ello. >>Y Maffei murió de improviso. Como en la muerte del alumno Quaranta, tampoco hizo don Bosco reflexiones inoportunas, ((**It6.889**)) no aludió a predicciones cumplidas y todo pasó tranquilamente sin angustias de espíritu. >>Pero algunos clérigos, conmovidos por aquellas dos muertes, viendo a don Bosco siempre delicado y temiendo por su vida, le exhortaron a cuidarse y, por tanto, a no trabajar tan intensamente. Uno de ellos, para convencerlo, le dijo: (**Es6.671**))
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