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((**Es6.594**) mi mal a don Bosco, el cual me dijo que la madre de don Miguel Rúa, que estaba en el Oratorio, guardaba un retazo de seda negra, con el que Domingo Savio se cubría los ojos, cuando los tenía enfermos. En seguida pedí a dicha señora aquella tela y, en cuanto la tuve, me eché en cama a descansar un rato, mientras mis compañeros estaban en clase. Me eché tal y como estaba, pero antes apliqué a mis ojos la pieza de seda prestada por la señora Rúa. Contra toda esperanza, me dormí inmediatamente y dormí profundamente durante unas dos horas, es decir, hasta que me despertó la campanilla que señalaba el fin de las clases. Tan pronto como desperté, me quité el trozo de seda negra de los ojos y me los lavé con agua fresca. Desde aquel momento me encontré completamente curado y con los ojos tan sanos como si nunca hubiera sufrido el menor mal. Atribuí y sigo atribuyendo todavía esta gracia, obtenida tan rápidamente, sólo a la intercesión de Domingo Savio, a quien invoqué en aquella circunstancia>>. Después de este relato pasamos a la Crónica. ((**It6.787**)) <<27 de noviembre.-Aconsejó don Bosco a todos los muchachos, también a los aprendices, que hablasen en lengua italiana, y dijo además: -Estamos comenzando la novena de la Inmaculada. Cada novena es fatal para alguno en el Oratorio. Es el tiempo en que la Virgen hace la separación del trigo y la cizaña y aleja a los obstinados en el mal. Recordemos entre tanto que la muerte viene cuando menos lo esperamos. Sucedió en Turín que mientras una señora, sentada junto al fuego, se entretenía en agradable conversación con sus parientes, la llama alcanzó su vestido y, a pesar de todos los esfuerzos para apagar el fuego, no lo consiguieron. La pobre señora murió en pocos instantes. >> Contaba él frecuentemente alguna de estas muertes imprevistas, demostrando la necesidad de estar preparados. Al mismo tiempo recomendaba una gran devoción al Angel Custodio, porque, él, que ama a los que le son confiados, a menudo suele darles aviso de su fin inminente, ora con presentimientos interiores, ora con sueños o visiones. Y contaba lo que le ocurrió a cierto jovencito que, habiendo callado por vergüenza un pecado grave en la confesión, contempló a la noche siguiente a su Angel Custodio en una terrible visión, notificándole que, si no confesaba aquel pecado, estaría cerrado para él el paraíso y se perdería eternamente. Al despertarse, corrió el joven presuroso a los pies del confesor, declaró lo que había callado, y, pocos días después, una muerte repentina le abría las puertas de la eternidad. (**Es6.594**))
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