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((**Es6.505**) llenas de cortesía, lo llevó a un salón donde había unos secretarios escribiendo, y allí tuvo lugar una de las más importantes conferencias, porque de ella dependía la vida o la muerte del Oratorio. Farini era uno de esos que <>.1 Comenzó pues, Farini. -Así que usted es el abate Bosco. Nos vimos ya una vez en Stresa, en casa del abate Rosmini y tengo el gusto de volver a saludarle. Estoy enterado del mucho bien que usted hace a los muchachos pobres, y el Gobierno le está muy agradecido por el servicio que le presta con esta obra filantrópica y social. Dígame ahora qué desea. -Deseo saber el motivo de los reiterados registros, que se hicieron en mi casa en estos últimos meses. -Se lo diré con la misma sinceridad con que deseo que usted me responda. Mientras ((**It6.672**)) usted se ocupó de los niños pobres, fue el ídolo de las autoridades gubernativas; pero, desde que dejó el campo de la caridad para entrar en el de la política, nos vemos obligados a vigilarle y seguir sus pasos. -Esto es precisamente lo que me interesa saber, añadió don Bosco. Siempre fue mi mayor deseo vivir apartado de la política, y por eso ansío conocer qué hechos pueden comprometerme en esta materia. -Los artículos que usted escribe para el periódico Armonía, las reuniones reaccionarias que tiene en su casa, la correspondencia con los enemigos de la patria, he ahí los hechos que preocupan al Gobierno con respecto a su persona. -Si Su Excelencia me lo permite, haré algunas observaciones acerca de cuanto ha tenido a bien confiarme y hablaré con la sinceridad que me pide. Ante todo le adelanto que ninguna ley, que yo sepa, prohíbe escribir artículos en Armonía, ni en ningún otro periódico; no obstante, puedo asegurar a Su Excelencia que yo no escribo en ninguno y ni tan siquiera estoy suscrito. -Puede usted negar lo que quiera, pero es un hecho real y comprobado que buena parte de los artículos publicados en ese diario salen de la pluma de don Bosco. Lo que afirmo está apoyado en tales razones que nadie puede ponerlo en duda. -Razones que yo no temo, señor Ministro, y afirmo francamente que no existen. 1 Salmos, XXVIII, 3. (**Es6.505**))
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