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((**Es6.413**) justicia es evidente puede haber esperanza de obtenerla. Desde luego es necesario, por amor a Jesucristo, no tener miedo a las humillaciones. Así, pues, nosotros, visitándolos y razonando con ellos, alcanzaremos mucho más con pocas palabras que con muchas páginas elegante y sabiamente escritas. Siguiendo esta regla se podrá dar razón de nuestro proceder, ya sea en lo hecho, ya ses en lo por hacer, pues la explicación personal de nuestras buenas intenciones aminora mucho y a menudo disipa las siniestras ideas que pueden haberse formado en la mente de algunos. Este proceder es muy conciliador y no pocas veces hace benévolos a los adversarios. Y esto no es más que la recomendación del Espíritu Santo: Responsio mollis frangit iram (la blanda respuesta quebranta la ira). En segundo lugar, sirvan estas páginas de advertencia para mantenernos estrictamente ajenos a la política, aun cuando se presenta con capa de bien. Pero en todo caso, en toda circunstancia difícil acúdase a la oración, récense de corazón frecuentes jaculatorias para alcanzar de Dios luces y favor, y después declárese con franqueza la verdad y contéstese a las autoridades con respeto, pero con claridad y firmeza a todas sus preguntas. Más aún, cuando se nos conceda la oportunidad ((**It6.550**)) de hablar, aprovechémonos de ella para llevar la conversación a cosas que puedan justificar nuestras acciones. Y al tratar con personas del mundo, es preciso aludir en seguida a los motivos religiosos y poner de relieve con preferencia la honestidad de las acciones y de las personas y las obras que el mundo llama filantropía, pero que nuestra santa religión llama caridad. Ayúdenos Dios a superar las dificultades que por desgracia son inevitables en este mundo, el cual, en frase del Evangelio, está todo él inmerso en el mal. Mundus in maligno positus est totus. Obténganos la Santísima Virgen de su Divino Hijo disfrutar días de paz en el tiempo, para poder amar y servir a Dios en la tierra e ir algún día a vivir para siempre en la bienaventurada eternidad. Así sea. Corría el año 1860. Los acontecimientos políticos agitaban a toda Europa, e Italia era el centro de los mismos. Un partido, o mejor, una facción con el nombre de liberales demócratas, o sencillamente de italianos, había promovido el espíritu revolucionario, desde la corte de los Soberanos hasta la choza del rudo campesino y del pobre artesano. Suprimidas las corporaciones religiosas de ambos sexos, menospreciada toda ley de la Iglesia y la autoridad del mismo Papa, abolido el fuero eclesiástico, expropiados los bienes de las colegiatas, seminarios y rentas episcopales, fueron también invadidos la mayor parte de los Estados Pontificios. Los administradores de los intereses públicos, para amedrentar a todos y alardear de que no temían a nadie, dieron comienzo a los destierros y a los registros. Los sospechosos de ser contrarios a su política, las más de las veces eran encarcelados o desterrados a un lugar determinado para todo el tiempo que les viniera en ganas fijar a las autoridades gubernativas. Efectuábase esto sin oír al acusado, es decir, sin darle oportunidad de hacer valer su inocencia o sus razones. De ordinario precedía el registro, que venía a ser un homicidio legal, al destierro forzoso. So capa de legalidad, el fisco visitaba las casas de los ciudadanos denunciados como culpables, es a saber, como no partidarios de la revolución. En estas ocasiones tenía el fisco que hacer las más detalladas indagaciones con el fin de descubrir cartas, proyectos o cualquier otro escrito contra el Gobierno, que solíase llamar cuerpo del delito. ((**It6.551**)) Once veces tuvo nuestra casa el honor de recibir estas visitas domiciliarias. Describiré una de ellas, por la que puede conjeturarse el estilo de las demás. (**Es6.413**))
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