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((**Es6.391**) ricamente amueblada, pasé a otra todavía más espléndida y a una tercera donde la magnificencia no podía ser mayor. Y me indicó el obispo una cama donde hubieran podido dormir cómodamente una docena de personas. Quedé estupefacto al ver preparada para mí una cama en la que brillaban el oro y la plata: más que cama, aquello parecía un trono real. Dije, pues, al obispo: -Monseñor, no tiene otra cama? -No, don Bosco; si tuviese otra mejor, se la daría de buen grado. -Monseñor, no es eso lo que le pido. No tendría una habitación donde echar la ropa sucia? Yo no puedo dormir en esta cama, no me atrevo. -No haga cumplidos; adáptese. -No; dormiré mejor sobre este sofá; pero no tocaré esa cama. -Déjese de bromas, añadió el obispo: ahora está bajo mi jurisdicción; acuéstese, se lo mando y hágalo en virtud de santa obediencia. -Si es así, me acuesto. El buen obispo, después de unas palabras, me dio las buenas noches y se retiró. Acababa yo de acostarme, hacía un instante que había apagado la luz, cuando oí que alguien se acercaba a mi habitación y llamaba a la puerta. -íAdelante!, dije. Era el obispo. ((**It6.520**)) -Perdone, don Bosco; olvidé asegurarme de si había suficiente ropa. -íMonseñor, su Excelencia me confunde! Por qué tanta molestia? íEstoy mejor servido que un emperador! En efecto, en aquella cama había dormido el Emperador de Austria. Inspeccionó de nuevo el obispo las ventanas para cerciorarse de que estaban bien cerradas, miró a ver si faltaba algo, palmatoria, fósforos; una madre no podía hacer más por su hijo queridísimo. A pesar de tan hermosa y blanda cama, pude dormir poco porque seguía doliéndome la cabeza y la rodilla también. Por la mañana me levanté de un brinco muy temprano y tuve mucho tiempo para trabajar sentado al escritorio. Monseñor me envió un criado, que me acompañó hasta la sacristía de la catedral. Acercóse éste al jefe de la sacristía y le dijo que yo quería decir misa y que era enviado por Monseñor. Al oír que era enviado por el obispo, toda una turba de sacristanes se puso en movimiento. Apartaron el cáliz que ya estaba preparado y pusieron otro más precioso, cambiaron los ornamentos y sacaron una casulla estupenda. En cuanto acabé de revestirme, me preguntaron: -Eminencia, dónde quiere celebrar? -En cualquier lado, con tal de que haya un altar y se encuentren el Señor y la Virgen. -Quiere ir al altar del sagrado Corazón de María? -íSí! -íHabrá que dar la comunión! -Esto es lo que yo deseo. Y así fue. Repartí la comunión a muchas personas. Acabada la misa, volví a la sacristía. Tan pronto como me quité los ornamentos y empecé la acción de gracias, oí que decían acá y allá: -Quién será? íA saber de dónde vendrá! íUn cardenal no puede ser! Y hacían mil conjeturas. No atreviéndose a preguntarme quién era, así que acabé de dar gracias, me dijeron: -íExcelencia! (ya no Eminencia). Es costumbre que los sacerdotes que vienen aquí a celebrar, escriban en este cuaderno su nombre y el altar donde celebraron. (**Es6.391**))
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