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((**Es6.378**) todos los departamentos gubernamentales, le profesaba verdadero afecto, se declaraba íntimo amigo suyo, le gustaba conversar a menudo con él y a veces le daba abundantes limosnas. Poco tiempo antes de su muerte, fue un día a visitarlo al Oratorio, y don Bosco se entretuvo con él durante varias horas en la biblioteca. íSeguramente que el siervo de Dios no dejó de decirle alguna palabra sobre la vida eterna! Nos parece, pues, que con estos méritos y con la benevolencia del caballero Bona, podía don Bosco contar también con ayuda y defensa en cualquier circunstancia. Pero su confianza no se apoyaba en las esperanzas humanas, sino en la protección de la Virgen María y en las oraciones de sus alumnos. Uno de éstos, un aprendiz, modelo de piedad y de vida intachable, le escribió en el mes de abril una carta confidencial que don Bosco guardó por la gran estimación y amor que le tenía. Reverendísimo Superior: Vi una noche ante mis ojos un hombre pobre, pero decentemente vestido, que con rostro bondadoso, pero irradiando majestad y sabiduría, se me acercaba con un bastón en la mano y sandalias en los pies. Aquel personaje, después de haberme mostrado varias cosas futuras, tendiendo el brazo izquierdo hacia el suelo, me dijo: -Sigue mis pisadas. Las seguí y entramos en un lugar desconocido para mí. Aquí me hizo comprender claramente y grabar ((**It6.501**)) en mi mente que el Oratorio verá aumentar el número de sus alumnos, florecerá, triunfará para bien de la Iglesia, si se atiende con asiduidad a la oración, si todos rezan devotamente. Pero cuando los ejercicios de piedad cristiana empiecen a causar hastío, cuando se descuide la frecuencia de los sacramentos, cuando se recen distraídamente las oraciones, mascullando las palabras; en suma, cuando se deje de amar a Dios, para ir en busca de las vanas satisfacciones del mundo (como desgraciadamente ya hacen algunos), entonces mermará el número de alumnos y del clero y llorarán amargamente y vivirán apenados los que sean testigos de los ultrajes con los que se hiere a Dios mismo. El Superior perderá la estimación de los subordinados, será despreciado e, incluso, perseguido, como si quisiera destruir las antiguas costumbres de la religión en el Oratorio; y esto infundirá amenazador espanto en quien conozca las causas de ello. Esté persuadido de que no existe este peligro por ahora, pues hay muchachos que, con su óptima conducta e inocencia, le pueden ayudar mucho. (**Es6.378**))
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