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((**Es6.353**) mira a la frente y lo lee todo. Y cuando, por ejemplo, veían los compañeros por la noche a alguno en los pórticos después del rezo de oraciones, que se escondía detrás de los otros y le preguntaban por qué no permanecía en su lugar, respondía apurado: -Porque don Bosco me lee en los ojos los pecados. Pero él lanzaba sus santas redes para pescarlos y en cuanto lograba decirles una palabra, podía darse por segura la victoria. Con frases prudentes, un tanto encubiertas, corregía faltas secretas; por ejemplo: -Tienes por arreglar las cuentas con Dios. Otras veces, al ver a uno triste, le decía: -Amigo mío, hay que echar del corazón al demonio si quieres vivir tranquilo. <((**It6.465**)) don Juan Bonetti, que después de haber cometido un pecado y creído que nadie lo sabía, pasó una noche junto a don Bosco, el cual lo llamó y le dijo en voz baja: -Y si murieres esta noche, qué sería de ti? Aquel muchacho no pudo conciliar el sueño, y a la mañana siguiente corrió a hacer una buena confesión.>> Muchas veces llamaba en el recreo a un muchacho, sugeríale que fuera a confesarse de tal y tal pecado, y su sugerencia resultaba sorprendentemente oportuna. Y le amonestaba, le advertía que sentara la cabeza y le suplicaba que consolara el corazón misericordioso de Dios. Pero cuando no lograba acercarse a algunos muchachos, entonces acudía a otros medios para sacudir las conciencias de su letargo. Uno de éstos era colocar una cartita o un papelito debajo de la almohada del que lo necesitaba. Es indescriptible la impresión que causaba aquel papel. Hacía algún tiempo que don Bosco empleaba las mayores y más cordiales solicitudes con cierto muchacho, el cual, a despecho de tanta ternura, mantenía su corazón obstinadamente cerrado. Pues bien, una noche, al ir a acostarse, se encontró una cartita sosobre la cama. La agarró: estaba firmada por don Bosco, conocía su letra, la leyó: Si esta noche tuvieses la desgracia de morir, adónde irías? El muchacho se quedó yerto; permaneció un momento en pie junto a la cama aterrado, convulso; después corrió a la habitación de don Bosco y llamó. Eran las diez de la noche. Salió don Bosco a abrir y el muchacho entró exclamando: -íDon Bosco!, Quiere confesarme, por favor? Le recibió conmovido don Bosco. Cayó de rodillas el jovencito y se confesó. (**Es6.353**))
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