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((**Es6.333**) día del 1856, con todos ellos de la Crocetta, suburbio situado entonces lejos de Turín. Atravesaban los alumnos por aquellos campos incultos, unos en grupos separados y otros escuchando a don Bosco. De pronto, algunos que no eran de los mejores, se apartaron de los compañeros y tomaron otros senderos. Si los mandaba llamar para juntarse con los demás del grupo podía hacer pensar que don Bosco abrigaba alguna sospecha. Así que esperó un rato, y apenas llegaron a la Plaza de Armas, desierta a aquella hora, alzó la voz e invitó a todos a seguirle. Hizo una carrera con ellos y atravesó el amplio espacio hasta las primeras casas de la ciudad. Allí, como de costumbre, formaron filas, se colocó cada uno junto al compañero asignado y volvieron al Oratorio. ((**It6.437**)) De los inconvenientes que don Bosco descubría con todas las industrias que empleaba, informaba detalladamente a sus clérigos, dándoles avisos y normas de acuerdo con los casos, al tiempo que multiplicaba sus habilidades para ganarse a los muchachos en cuyos corazones ansiaba tener indudable influencia para su progreso en la virtud y aun para la perfección cristiana. Por eso cada domingo invitaba por turno a comer a su mesa a los alumnos que habían obtenido las mejores calificaciones de conducta: primero, los de cada curso de estudiantes por su orden, y después, los aprendices de cada uno de los talleres. De este modo resultaba que casi tres veces al año estaba representado en el comedor de los Superiores, cada curso de estudiantes y cada sección de aprendices. Después de la comida, se entretenían los muchachos con don Bosco, que les daba algún dulce. A veces, también como premio y muestra de confianza, invitaba a alguno de ellos a salir en su compañía por la ciudad y así podía hablarle libremente sobre la vocación. El Jueves Santo de cada año lavaba los pies a trece muchachos escogidos entre los mejores en la función de la tarde, y después los llevaba a cenar en su compañía; cortesía que ellos agradecían muchísimo. Para dar una prueba del aprecio en que tenía a los que ayudaban a misa, sin la menor distinción entre los menos aplicados y los más cumplidores del deber, hacía que todos los domingos fueran a comer con los clérigos los dos ayudantes de la misa comunitaria durante la semana anterior. Pero estos dos alumnos no eran presentados a don Bosco después de la comida. Sin embargo, constituía un estímulo para ellos el merecer otras señales de especial benevolencia; al mismo tiempo que el haber sido testigos del continente mortificado de (**Es6.333**))
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