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((**Es6.331**)su palma izquierda con el dorso vuelto hacia arriba; y la golpeaba con su derecha abierta. Si el golpe producía un chasquido sonoro, decía: -Bien, bien; vamos de acuerdo. Si el chasquido era tal que demostraba que no se había comprimido el aire de la manera esperada, exclamaba: -íEh! Entre tú y yo, las cosas van así, así. Y si el golpe resultaba sordo, entonces don Bosco sacudía la cabeza, sonreía y decía: -Qué quieres? íNo vamos de acuerdo! ((**It6.434**)) Muchas veces estas últimas palabras eran una broma para hacer reír, pero muchísimas otras las pronunciaba para dar un aviso a quien lo necesitaba, sin que fueran menester más explicaciones, como por ejemplo a un soberbio, a un perezoso en el estudio o en el trabajo, a uno que descuidaba la frecuecia de los sacramentos o daba motivo para sospechar de una mala conducta moral. Evidentemente el chasquido resultaba según el querer de don Bosco, que regulaba el golpe. Pero la frasecita: <>, acompañada de su mirada impregnada de ternura, producía el efecto deseado. En aquellos instantes, unos alumnos palidecían, se ruborizaban otros y algunos bajaban sus ojos. En cambio, cuando don Bosco decía: <>, era grande la alegría de los chicos. Mencionaremos también otra de sus habilidades. Ya hemos dicho en los volúmenes anteriores, que don Bosco daba en algunas fiestas maravillosos espectáculos de prestidigitación, delante de todos los muchachos y que la última vez fue en 1864. Pero los juegos que sólo pedían destreza de manos no los dejó tan pronto y los mezclaba, a veces en los recreos ordinarios, con otras habilidades. Recordamos que cierto día entró un señor para hablar con don Bosco en el refectorio después de la comida. Después de charlar un rato, salió el siervo de Dios a los pórticos y los chicos acudieron a él como de costumbre y se apiñaron a su alrededor. Don Bosco los apartó un poco y los invitó a sentarse formando un amplio círculo. Sentóse él también en el suelo y rogó a aquel señor, que le observaba extrañado, le dejara un instante su bastón; mandó llevarle un taburete y le invitó a sentarse. Después comenzó a hacer juegos dificilísimos con el bastón ((**It6.435**)) pasándolo de la punta de un dedo a la de otro, por los brazos, por los codos, por los hombros, por la nariz sin tocarlo y sin dejarlo caer. Los muchachos le contemplaban maravillados y su mente estaba libre de todo pensamiento. (**Es6.331**))
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