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((**Es6.317**) carácter, y sabía dar siempre con irresistible amabilidad un aviso acomodado a las necesidades de cada cual. Pero lo que confería muchísima eficacia a su palabra era que, muchas veces indicaba a un muchacho cosas secretas que sólo él conocía y a menudo acontecimientos futuros relacionados con su persona, que después se verificaban exactamente. Por eso los alumnos daban suma importancia a esta su santa industria y costumbre, y de ello se puede argüir, mas sin conocer en toda su extensión, los admirables efectos que producían en aumento de la virtud y de la salvación de las almas. A menudo decía don Bosco a un joven: -quieres que te diga una palabra? O bien los mismos jóvenes le pedían: -íDígame una palabra! Y don Bosco, colocando una mano sobre la cabeza del joven e inclinándose hasta su oreja, le hablaba en secreto haciendo pantalla con la otra para que nadie pudiera oír. Era digno de ver el distinto aspecto que tomaban las fisonomías de los muchachos en aquel momento: sonrientes unas, otras serias; alguno se ponía rojo como un tomate, otro rompía a llorar, éste daba a entender un sí, aquél, un no, quién se retiraba pensativo a pasear él solo, quién decía gracias y corría a jugar, quién se dirigía en seguida a la iglesia para visitar a Jesús Sacramentado. Los había que, después de oír la palabrita, no sabían separarse de don Bosco y se quedaban como absortos en una idea grandiosa y quiénes, haciendo pantalla con su mano ante la boca, contestaban al oído de don Bosco o le hacían alguna pregunta. La palabra que don Bosco decía a cada uno no duraba más que unos segundos. Pero era como un dardo de fuego que traspasaba el corazón y quedaba clavado de manera que era imposible arrancarlo. Ora era un consejo, ora una observación, un estímulo al bien y también un reproche. En efecto no solía don Bosco ((**It6.416**)) reprochar ásperamente y mucho menos en público. Nunca daba a conocer que tenía en poco a un joven y, aun los que reconocían no merecer consideraciones, sabían que don Bosco no los avergonzaría de ningún modo. En toda su vida no humilló nunca a nadie, salvo el caso en que se tratase de reparar un escándalo público. De ahí nacía la confianza y la entrega al superior de la casi totalidad de los chicos del Oratorio. Por eso el aviso amistoso no deshonraba, producía buen efecto y alentaba a la perseverancia en el bien. Dicen los Proverbios <> 1. Estas palabras frecuentemente eran así: -Podrías ofrecer como 1 Proverb. XXV, 12. (**Es6.317**))
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