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((**Es6.291**) -El santo temor de Dios infundido en los corazones. -Pero el santo temor de Dios no es más que el principio de la Sabiduría, escribíale el Rector del Seminario de Montpellier en 1886; haga el favor de explicarme su secreto para poder aprovecharlo en favor de mis seminaristas. Cuando don Bosco leyó esta carta, dijo a los miembros del Consejo, que le rodeaban: -íQuieren que exponga mi sistema! íPero si ni siquiera yo mismo lo sé. He ido siempre adelante sin sistemas, según me lo inspiraba el Señor y lo exigían las circunstancias! Podemos, afirmar, sin embargo, que tenía un sistema peculiar, que puede plasmarse así: caridad, temor de Dios, confianza con el superior, frecuencia de los sacramentos de la confesión y comunión, gran comodidad para que los jóvenes se puedan confesar. Verdad es que, como ya hemos visto y aún veremos, Dios le asistía continuamente, y esta asistencia especial, que formaba como la base de su sistema, no era algo que otros pudieran pretender; pero en aquello que puede considerarse como medio ordinario y humano, ya aparece él fácilmente imitable por un director sacerdote, convencido de su imperioso deber de salvar las almas. Don Bosco repetía siempre: -Cada palabra del sacerdote debe ser sal de vida eterna, en todo lugar y con cualquier persona. El que se acerca a un sacerdote debe sacar siempre de su trato con él alguna verdad que sea de provecho para ((**It6.382**)) el alma. Fiel a sí mismo en el uso de esta gran norma, la practicaba con afecto y eficacia con toda clase de personas aún extrañas y con los muchachos internados en el Oratorio. Considerábales a todos como un precioso depósito que Dios mismo le había confiado y solía decir lleno de santa alegría cuando hablaba de ellos: -Dios nos ha enviado, Dios nos envía, Dios nos enviará muchos jóvenes. Atendámosles. íCuántos otros muchachos nos mandará el Señor en lo porvenir, si sabemos corresponder solícitamente a sus gracias! Pongámonos de veras a educarlos y salvarlos con ardor y sacrificio. Cuando aparecía en su estancia un muchacho recién ingresado, la primera palabra que le decía era siempre acerca del alma y de la eterna salvación. La amabilidad de sus modales paternales, su rostro sereno, su habitual sonrisa predisponían los corazones e inspiraban respeto y confianza. Para alegrarlo y aliviarle la pena que generalmente (**Es6.291**))
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