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((**Es6.28**) El Santo Padre respondió: -No la necesitamos. -Comprádmelo, os lo doy por tres bayocos. -Toma tres bayocos y quédate con tu haz. El Santo Padre le dio tres escudos y subió a la carroza. La buena chiquilla quería a toda costa que el Santo Padre metiese el haz en el coche y le decía: -Tomadlo, quedaréis satisfechos, en vuestro coche hay sitio suficiente. Mientras el Santo Padre y los de su séquito reían ante la insistencia de la chiquilla, su madre que trabajaba en un campo cercano, se acercó gritando: -Santo Padre, Santo Padre, perdonad a esta chiquita que es mi hija. No os conoce. Tened piedad de nosotros que vivimos en gran miseria. El Santo Padre añadió seis escudos más y después siguió su viaje. Al saberse en la ciudad lo sucedido, iban todos a porfía para ensalzar a la Divina Providencia, que les había concedido un Soberano tan piadoso y caritativo. Entretanto había determinado don Bosco que el 24 de junio se celebrase una fiesta en honor de Pío IX en los Oratorios de san Francisco de Sales, san Luis y el Santo Angel. ((**It6.21**)) Como aquel día era fiesta de precepto en la archidiócesis de Turín, quiso que los muchachos que acudían a los tres Oratorios gozaran de los favores que les había concedido el Santo Padre. Ya hemos dicho que el Vicario de Cristo había otorgado benignamente dos gracias en la visita que don Bosco le había hecho en Roma. Con la bendición apostólica para los muchachos les había concedido una indulgencia plenaria para el día en que confesaran y comulgaran: esto para el alma. Había añadido después una bonita suma de dinero para que se les diera a todos una merienda. El dinero había aumentado notablemente, gracias a la generosidad de algunos señores de Turín, que quisieron adquirir algunos de los escudos regalados por el Papa, desembolsando una cantidad proporcionada a su vivo deseo de conservar un recuerdo del afecto de Pío IX a los muchachos piamonteses. Don Bosco podía disponer de quinientas liras. El domingo anterior a la fiesta fueron avisados los muchachos por sus respectivos directores. Don Bosco los animó contándoles que Pío IX había hablado de ellos con gran bondad y que les había proporcionado aquellos regalos para alentarlos a perseverar en el camino de los mandamientos de Dios. El día de la fiesta de san Juan Bautista acudieron numerosísimos muchachos a sus respectivos Oratorios para recibir los Santos Sacramentos, y enriquecer así su alma con los favores espirituales, y para saborear al mismo tiempo la merienda que les había proporcionado el cariñoso Pontífice. La fiesta no podía resultar más hermosa ni más alegre.(**Es6.28**))
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