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((**Es6.236**) sus manos el corazón de sus jóvenes Una simple palabra suya los ponía alegres, del mismo modo ((**It6.303**)) que la sombra de un reproche los sumía en profunda tristeza. Nos limitamos a referir algunos de los muchos hechos que conocemos. Una noche terminaron las oraciones y los muchachos, todavía afectados por la disipación de las vacaciones, no guardaban silencio después de dar la señal. Don Bosco subió a la tribuna y, tras esperar algún minuto, exclamó con toda calma: -Pero... sabéis que no estoy contento de vosotros? Y los mandó a la cama sin permitir que le besaran la mano. Era el castigo más duro y más temido que pudiera dar el buen padre a sus hijos, porque era el más sensible. Y no hizo falta más; desde aquel día memorable bastaba que apareciera don Bosco para que se pudiese oír el volar de una mosca; la campanilla, que hasta entonces sonaba un rato para acallar el alboroto, se hizo innecesaria, pues tamblaban los muchachos sólo al pensar que se pudiera repetir aquel castigo. Como necesitara una poesía para el día onomástico de una bienhechora, encargó a uno de sus alumnos que compusiera unos versos. Pero llegó la noche y éste aún no había cumplido el encargo. Mas, no queriendo ir a acostarse sin besar la mano a don Bosco, se acercó a él con aire desenvuelto, aunque algo preocupado, para darle las buenas noches, creído de que se habría olvidado del encargo. Y don Bosco, apenas lo vio, le preguntó: -Y la poesía? -Es que... -Entonces ya sabré a quién acudir para otra vez. El pobre muchacho quedó tan consternado que fue menester toda la industriosa solicitud de don Bosco para disipar la dolorosa impresión. ((**It6.304**)) Era lo que solía hacer cuando advertía que alguno se aturullaba por una advertencia algo seria; cortaba en seguida y daba al alumno una muestra de afecto, para quitarle toda suerte de amargura. Otra anécdota de distinto género nos lleva a la misma conclusión. Don Bosco, reconociendo la grave necesidad, ordenó que en los días de ayuno se sirviera a los clérigos café con leche. El cocinero, que era un tipo original (ípequeñeces de la vida!), preparaba tazas pequeñas y tan poca cantidad de leche que no llegaba para todos. Los clérigos pidiéronle que les sirviera su leche en cantidad suficiente, pero el cocinero contestó bruscamente que no debían pretender (**Es6.236**))
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