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((**Es6.189**) Aquel cortés recibimiento y aquellas palabras entusiasmaron a los queridos hijos de Francia, quienes al volver al cuartel contaron lo sucedido a sus conmilitones y despertaron en muchos vivo deseo de ir ellos también al Oratorio. Efectivamente, al cabo de unos días veíase a las horas libres una procesión de soldados franceses que iban a Valdocco para entretenerse con don Bosco y sus alumnos como si fuesen hermanos. Algunos centenares de ellos se acercaron a los sacramentos con un porte tan edificante que demostraba pertenecían a familias muy piadosas y religiosas. Don Bosco, la mar de satisfecho, invitaba de vez en cuando a algunos a comer con él; era un gracioso espectáculo ver los pantalones rojos entre las negras sotanas y contemplar a clérigos, sacerdotes y soldados en franca camaradería, yendo a porfía los unos en hablar francés y los otros en chapurrear italiano. Algún oficial se comportaba con tal familiaridad que parecía uno más de casa. Al cabo de algún tiempo eran tantos los que conocían a don Bosco personalmente, que difícilmente andaba él por Turín sin que se le viera acompañado o detenido de vez en cuando por algún soldado francés. Un día, decía don Juan Turchi, se encontró con un grupo por la calle; le saludaron gritando: íViva Italia!, y él se les acercó, díjoles unas buenas palabras y los invitó a ir a su Oratorio. Aceptaron la invitación y don Bosco les ofreció un refresco con tanta cordialidad, que quedaron ((**It6.240**)) admirados. En otra ocasión debía ir a visitar a un enfermo a Collegno, población situada a cuatro millas de Turín. Cuando he aquí que, al llegar a la calle de Rívoli, salió a su encuentro una docena de soldados, convalecientes unos, heridos otros en un brazo o en la mano. Como iban de paseo, pidiéronle a don Bosco que les dejara acompañarle durante un trecho del camino, a lo que el asintió gustoso. De conversación en conversación y a la sombra de los añosos olmos que flanquean la carretera, pareció tan corto el camino que la alegre brigada llegó hasta Collegno casi sin darse cuenta. Una vez allá, los soldados querían volver atrás, pero don Bosco les dijo: -Puesto que, como inválidos, tenéis permiso de vuestros jefes, esperadme un poco; yo acabaré pronto, y volveremos juntos a Turín. Ellos se quedaron. Pero, como contra su esperanza don Bosco no pudo acabar tan presto como imaginaba, resultó que cuando salió de la casa del enfermo el reloj marcaba las doce del mediodía. Al llegar junto a sus compañeros de viaje les dijo: -Siento haberos hecho esperar tanto tiempo: como veis ya es (**Es6.189**))
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