Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es6.139**) A veces se levantaba de la mesa a toda prisa e iba él mismo a dirigir las oraciones por lo mucho que le interesaba la devota recitación de las mismas. No podía tolerar que los chicos, durante este tiempo, se apoyaran contra la pared o se sentaran sobre los talones, como los perritos, según él decía. ((**It6.173**)) Hubo quien hizo a don Bosco esta sugerencia: -No sería mejor que, en lugar de rezar los muchachos las oraciones en común y en alta voz, las rezase cada cual en voz baja y así se acostumbrarían un poco a la oración mental? Don Bosco respondió: -Los muchachos son de tal condición que, si no rezan en alta voz con los demás y se les deja a su talante, no lo hacen ni vocal ni mentalmente. Por lo tanto, aun cuando sólo rezaran materialmente y distraídos, mientras pronuncian las palabras, no pueden hablar con los compañeros, y las mismas palabras, que dicen materialmente, sirven para tener al demonio lejos de ellos. Insistía también mucho en que, mientras los muchachos estaban reunidos para las oraciones en común, nadie estuviese de recreo o conversando o paseando por el patio o por el pórtico. Quería que todos los clérigos y sacerdotes fueran a rezar las oraciones con los muchachos o se retirase a la iglesia o a su habitación, y el obrar de otro modo lo consideraba como un escándalo que se debía evitar a toda costa. Exigía perfecto silencio después de las oraciones de la noche hasta la mañana siguiente después de la santa misa. Tenía este silencio por muy necesario para que los ánimos, no distraídos, pudieran alcanzar todo el fruto de la oración. En cierta ocasión bajaba don Bosco de su habitación para ir a confesar y se encontró con un grupo de muchachos estudiantes, que iban a la iglesia para oír la santa misa. Como vio que algunos charlaban en voz alta tranquilamente, les advirtió con una palabra o por señas que callaran. Uno de ellos no se dio por entendido. Entonces don Bosco se acercó a él y lo castigó él mismo, manifestando después su pesar porque los asistentes no ((**It6.174**)) exigían el silencio que él había recomendado tantas veces. Gracias a estos solícitos cuidados, las oraciones de la comunidad subían gratas al trono de Dios, cumpliéndose las palabras del profeta Isaías: <> . 1 Isaías LXV, 23-24. (**Es6.139**))
<Anterior: 6. 138><Siguiente: 6. 140>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com