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((**Es6.127**) Francisco Dalmazzo, Pablo Albera y Angel Savio. De entre los seglares se distinguieron por su celo verdaderamente admirable, además del abogado Cayetano Bellingeri ya mencionado, el conde Francisco de Viancino, justamente aclamado posteriormente como campeón del laicado católico piamontés, el abogado Ernesto Murialdo, hermano de Leonardo, el marqués de Scarampi de Pruney, el conde de Pensa, y durante algún tiempo el ingeniero Juan Bautista Ferrante, hombres todos ellos dotados de gran espíritu de sacrificio, inflamado de sincera caridad por los muchachos pobres. Los trabajos de estos celosos cristianos resultaron mucho más eficaces cuando se abrieron en el Oratorio las escuelas diurnas. Estas escuelas, a las que acudía más de un centenar de muchachos, en su mayoría rechazados por las escuelas municipales y tan necesitados de educación como de pan y vestido, siguieron haciendo un gran bien, aun después de dejar el Oratorio el teólogo Leonardo Murialdo, para tomar la dirección de la Obra Pía de los Artesanitos. Pero mientras él permaneció al frente del Oratorio de San Luis, además de preocuparse de mantenerlas florecientes, socorría de su bolsillo a muchas familias de los alumnos para que no se dejasen llevar por la herejía. Su caridad produjo frutos maravillosos. Este santo sacerdote, como don Bosco y con él todos los celosos y generosos sacerdotes, ((**It6.157**)) practicaba la doctrina de san Pablo: Non prius quod spiritale est, sed quod animale: deinde quod spiritale. (Mas no es lo espiritual lo que primero aparece, sino lo natural; luego lo espiritual) 1. Optimos eran los maestros y entre ellos recordamos al señor Formica. Este excelente profesor ayudaba poderosamente a los clérigos y al Director en los días festivos; asistía a los chicos y les daba clase de catecismo. Como deseaba la salvación de las almas, pidió un día consejo a don Bosco sobre la manera más eficaz para invitar a los muchachos a confesarse y persuadirlos al mismo tiempo de lo fácil que era hacerlo bien, Don Bosco le dio algunas normas y concluyó: -A los mayores me los traes a Valdocco. Ellos dirán que no saben confesarse y que por eso no van. Diles que una buena confesión es lo más fácil. Basta que me respondan solamente tres palabras: sí, no, sai nen (no sé); lo demás lo dirá todo don Bosco y ellos no tendrán ninguna dificultad ni miedo a enredarse. De este modo el celo de los maestros hizo provechosas sus escuelas por unos veinte años, oponiéndose directamente a las que los 1 1.¦ Cor. XV, 46, (**Es6.127**))
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