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((**Es5.638**) las había leído con mucha edificación y que no había hallado en ellas nada que observar. Un estilo tan lacónico revelaba la enojosa sorpresa ocasionada por aquella revelación. El clérigo Rúa no tardó en darse cuenta de ello, por cierta frialdad de trato, aun cuando siempre tuvieran con él las atenciones de la más exquisita hospitalidad. El veintisiete de marzo, sábado y víspera del domingo de Ramos, se había organizado con la familia De-Maistre y otros ((**It5.899**)) amigos, una peregrinación en honor de María Santísima. Don Bosco fue a cumplir sus devociones a la iglesia de San Agustín, en cuyo altar mayor se venera una imagen de la Virgen, llevada desde Santa Sofía de Constantinopla y escondida por los griegos cuando los turcos invadieron la ciudad. Después de venerar las reliquias de Santa Mónica y la cámara subterránea, donde San Lucas escribió su evangelio, don Bosco fue invitado por los padres agustinos, que habitan en el contiguo y vastísimo convento, para ir a su santuario de Genazzano, diócesis suburbicaria de Palestrina. Allí se guarda una pintura de la Virgen llamada del Buen Consejo. En tiempos de Pablo II, apareció ésta milagrosamente en el muro de aquella iglesia y allí sigue. Aquel cuadro había desaparecido de Scútari en tiempo de la invasión de los musulmanes y los albaneses iban todos los años a visitarla llorando para rogarla que volviese de nuevo a ellos. Don Bosco lo prometió y aquella mañana, en compañía del conde Rodolfo, su familia y los empleados, fue a aquel santuario donde el superior general de los ermitaños de San Agustín procuró que le recibieran con toda suerte de atenciones. Celebró la misa, distribuyó la sagrada comunión a los demás y después de pasar unas horas deliciosas, volvió a Roma, ya entrada la noche. Entre tanto el Santo Padre había manifestado su deseo de que Don Bosco asistiese en el Vaticano al devoto y magnífico espectáculo de las funciones de Semana Santa. Por eso encargó a monseñor Borromeo le invitara en su nombre y le proporcionase un lugar donde pudiera seguir a su gusto los sagrados ritos. Monseñor lo hizo buscar por todas partes, pero el mensajero no pudo con él en todo el día, puesto que se encontraba en Genazzano. Por fin, al volver a casa del conde De-Maistre a ((**It5.900**)) hora avanzadísima, supo que don Bosco ya se había retirado a su habitación. Mas, al decir que iba de parte del Papa, le acompañaron a su cuarto y le presentó la tarjeta de invitación, con la cual era admitido a recibir la palma bendecida de manos de Su Santidad. Don Bosco la leyó enseguida y exclamó (**Es5.638**))
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