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((**Es5.589**) como el coro del altar papal. Cuatro estatuas gigantescas de metal, encima del altar, sostienen una gran silla pontifical del mismo material. Las dos delanteras representan a San Ambrosio y San Agustín y las dos posteriores a San Atanasio y San Juan Crisóstomo. Encajada en la silla de bronce se conserva como preciosa reliquia otra de madera incrustada con varios bajorrelieves en marfil. Esta silla perteneció al Senador Pudente y sirvió al apóstol San Pedro y a muchos otros Pontífices después de él. Después de venerar aquel símbolo del infalible magisterio de la Iglesia, don Bosco volvió a postrarse delante de la Confesión de San Pedro; luego fue a inclinar su cabeza ante la estatua de bronce del Príncipe de los apóstoles colocada en un pilar de la derecha y besar respetuosamente el pie, que sobresale un poco del pedestal, desgastado en buena parte por los labios de los fieles. Es una estatua hecha fundir por San León Magno, sirviéndose del bronce de la de Júpiter Capitolino, en recuerdo de la paz obtenida sobre Atila. Sonaban las cinco de la tarde y don Bosco estaba cansadísimo; desde las once de la mañana, siempre en pie, se movía por aquella nave de la Basílica. Tuvo que volver a las Quattro Fontane. ((**It5.830**)) El sábado, veintisiete de febrero, fue un día lluvioso y no pudo continuar su visita al Vaticano, que estaba muy distante; dedicó gran parte del día, con el clérigo Rúa, a escribir. Por la tarde fue a la Vicaría General de la Diócesis para que le autorizaran el célebret ya que, de otro modo no podía celebrar misa en las iglesias de Roma. Desde allí se resolvió a ir a ver algún centro de beneficencia para muchachos, donde confiaba encontrar alguna idea y estímulo para proseguir trabajando cada día con mayor empeño por el bien material y espiritual del Oratorio. Fue, pues, a visitar el Hospicio de Tata Giovanni, (Papá Juan), situado en la calle de Santa Ana de los Carpinteros, y le gustó mucho por su origen, por su finalidad y por la buena marcha del mismo. Hacia fines del siglo XVIII hubo un pobre albañil, llamado Juan Burgi, que al ver los muchos pobres huerfanitos que vagaban por las calles de Roma, andrajosos y descalzos, tuvo lástima de ellos y recogió a unos cuantos en una casita arrendada. Bendijo Dios aquella obra y fue creciendo el número de muchachos; se amplió el local y los chicos, agradecidos y encariñados con su bienhechor, empezaron a llamarle Tata, que en el lenguaje del pueblo romano significa padre. De donde le vino al Hospicio el título de Tata Giovanni, que aún conserva. Burgi contaba con pocos medios de fortuna, pero poseía (**Es5.589**))
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