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((**Es5.572**) viva, como si temieran no volver a verlo. Al salir de casa, como casi siempre, don Bosco se santiguó diciendo: -Y ahora vamos in nomine Domini (en el nombre del Señor). Y apresuró el paso para llegar a la estación, a pesar de lo difícil que era el caminar. Le acompañaba como secretario el clérigo Miguel Rúa; pero, como hijos amorosos y con los mejores augurios, le acompañaron con la mente y el corazón todos los muchachos del Oratorio. Desde aquel día, cada mañana había un selecto grupo de los más devotos que hacían la santa comunión, muchísimos la visita al santísimo Sacramento durante el recreo y otros realizaban diversas mortificaciones para que el Señor le concediera un feliz viaje. Las oraciones y sacrificios de aquellos buenos hijos fueron muy gratos al Señor, que los aceptó y bendijo generosamente a nuestro buen padre. En cuanto don Bosco llegó al andén, miró a ver si ya estaba allí el clérigo Angel Savio, pero éste no aparecía. Savio había sido el primero del Oratorio que se había presentado, y con éxito, al examen para maestro elemental y ((**It5.806**)) don Bosco le había destinado a dar clase durante un año en un hospicio para muchachos pobres en Alessandria y además prestar vigilante asistencia, que era allí escasa. Hacía don Bosco este sacrificio para condescender a las vivas instancias de los administradores de aquel Instituto, seguramente apoyadas por el canónigo de la catedral, su gran amigo don Carlos Braggione. Y el clérigo Savio debía ir aquella misma mañana a su destino. Se había unido a don Bosco y al clérigo Rúa, como acompañante de viaje, el señor Mentasti, excelente pintor, a quien habían dado fama algunos de sus cuadros. A las diez se oyó el silbido de la locomotora. Don Bosco se había sentado junto a un niño de unos diez años y, al verle amable y parlanchín, entabló enseguida conversación con él. Muy pronto se dio cuenta, por el hablar del padre, que estaba a su lado, y las palabras del chaval, de que era judío. Aseguraba el padre que estudiaba el cuarto grado elemental, mas sus conocimientos correspondían a los de un segundo grado. Pero era despejado. El padre gozaba viendo cómo don Bosco le preguntaba y le invitó a hacerle razonar sobre la Biblia. Don Bosco empezó a preguntarle sobre la creación del mundo, del hombre, del paraíso terrenal y de la caída de nuestros primeros padres. El chaval respondía bastante bien; pero le chocó a don Bosco que no tuviera ni idea del pecado original y mucho menos de la promesa de un Redentor. (**Es5.572**))
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