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((**Es5.521**) Don Bosco encargó a Carlos Tomatis, que seguía estudiando pintura en la Academia Albertina, que procurase reproducir de memoria, o con ayuda de los hermanos de Savio, el amable rostro del querido alumno. Y Tomatis lo realizó con mucha inteligencia y cariño. Al día siguiente, después de celebrar la santa misa, se quitaron los adornos de la capilla y se preparó todo para devolverlo a Turín. Hacia las nueve, terminado el desayuno, don Bosco y sus muchachos se ponían en marcha camino del Oratorio. Era parada obligatoria Buttigliera de Asti, porque el párroco, Reverendo Vaccarino, siempre quería tener consigo a don Bosco y a sus muchachos, siquiera un día. También la condesa Miglino esperaba con satisfacción su visita y había preparado, en el amplio soportal de su palacio, un abundante piscolabis para los viajeros. Y como a la buena condesa le gustaba la música, los cantores siempre llevaban preparado algún número para complacerla ((**It5.734**)) y fue allí donde, por primera vez, compareció el señor Demetrio, jefe de cocina, con un buen grupo de rancheros que formaban un coro magnífico. La letra y la música eran originales de Carlos Tomatis, alma de todo entretenimiento. A las dos de la tarde la comitiva se puso en camimo hacia Andezzeno. Seguramente don Bosco era esperado allí por la familia De-Maistre, que veraneaba en una quinta llamada la Fruttiera. Aquellos insignes bienhechores le habían prometido un socorro, a condición de que fuera a recibirlo en persona. Don Bosco, pues, se despidió de sus hijos, que a su pesar se separaron de él, asegurándoles que al día siguiente estaría con ellos en Turín; y a sus ruegos los bendijo, mientras ellos se arrodillaban en plena calle. Los muchachos besáronle la mano y siguieron camino de Turín. El se encaminaba hacia el Castillo, de donde la noble familia salía a su encuentro con muestras de la más viva alegría y devoción. Al día siguiente, acompañaron aquellos señores a don Bosco hacia Chieri un buen trecho de camino, y él con algún alumno, que había retenido consigo, paso a paso, llegó al Oratorio al anochecer. Todos los jóvenes corrieron a recibirlo entre aplausos y vítores y don Bosco, antes de subir a su habitación les dirigió la palabra: se alegraba de que hubieran tenido un buen viaje, les manifestaba su satisfacción de que durante la excursión se hubieran comportado como auténticos hijos del Oratorio y les invitaba a dar gracias a la Virgen, el día de la fiesta de su Maternidad, por los favores concedidos durante aquellas vacaciones. Don Bosco reemprendía sus habituales ocupaciones mientras preparaba nuevos sermones, y se entregaba al ministerio ((**It5.735**)) de la (**Es5.521**))
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