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((**Es5.468**) en las redes de los protestantes y fue enviado a estudiar a Ginebra, para conferirle el grado de ministro. Pero como dejaba traslucir su fondo católico, los seductores, con sus acostumbradas artes infernales, lo empujaron a deplorables desórdenes para arrancarle de cuajo la fe. Como consecuencia, contrajo una enfermedad incurable y llegó a tal punto que los médicos le ordenaron que fuera a Turín, en busca de alivio, junto a su madre. Era ésta muy pobre, y los valdenses se apresuraron a ayudarla con largueza que ella aceptó incautamente; se ofrecieron incluso a asistir y velar al enfermo, pero con la intención de impedir que ningún sacerdote pudiera acercársele. La misma tarde de su llegada, el pobre infeliz, víctima de vehementes remordimientos, decía a su madre: -Quiero hablar con nuestro párroco, porque me encuentro muy mal. La madre ((**It5.659**)) prometió para tranquilizarlo que iría a llamarlo. Efectivamente, al día siguiente se presentó en la parroquia. Pero los valdenses le habían tomado la delantera. A partir de aquel momento, el enfermero de su secta, el evangelista, el pastor o el ministro permanecían junto a su cama, día y noche, o bien en el cuarto de al lado. Acudió el párroco, acudieron también otros sacerdotes, pero no les dejaron pasar. Replicábanles que el joven no quería ver sacerdotes, que su mal no era tan grave, o que el médico había prohibido que recibiera visitas. El enfermo, que advertía que no era dueño de sí mismo, acongojado al no ver un sacerdote que lo preparara a bien morir, ya al fin de sus días, hastiado de la palabras vacías de consuelo con las que se pretendía infundirle seguridad y paz, acudió al Señor. Y el Señor no lo abandonó. Un sacerdote, de acuerdo con el párroco, fue a ver a don Bosco y le contó lo que ocurría. Don Bosco se determinó a visitar a aquel pobrecito, a toda costa. Y un día, hacia las dos de la tarde, acompañado de dos fornidos jóvenes, se presentó en casa del enfermo, que estaba al lado de la iglesia de San Agustín. Sonó la campanilla y salió a abrir la puerta el mismo ministro valdense Amadeo Bert. ->>A quién busca, señor cura? -Vengo a hablar con el enfermo. -Imposible; no puede recibir a nadie; lo ha prohibido tajantemente el médico. -Déjeme pasar que tengo prisa; no puedo entretenerme charlando. Daré un sencillo encargo a su madre. íOh, señora, buenos (**Es5.468**))
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