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((**Es5.433**) Apenas manifestó don Bosco su intención, ya hubo señores y señoras, eclesiásticos y seglares de Turín y de otras partes, que se enorgullecían de inscribirse entre los promotores y promotoras para ayudarle. Cuánto nos gustaría transcribir los nombres de tantas beneméritas personas, que encontramos en un libro a propósito; mas, por amor a la brevedad, solamente diremos que pasan de cuatrocientos. Por este número puede colegirse la cantidad de cartas que don Bosco escribía continuamente, multiplicándolas para atender a todos los pasos necesarios a fin de poner en marcha la tómbola y resolver muchos otros asuntos. Y como aquello tenía por fin la gloria de Dios, también aparecía en los escritos su unión con él. No hay uno solo que no lleve el nombre de Dios, de Jesucristo o de su Madre celestial; puede muy bien decirse de él, lo que San Bernardo decía de sí mismo: <>. Don Bosco, como siempre, ((**It5.609**)) pronunciaba estos nombres hasta cuando escribía, como una aspiración del corazón, pero de forma que los demás no le oyeran, ya que aborrecía el singularizarse; y parecía que al respirar los grababa en sus cartas. Metía también en ellas estampitas con un pensamiento escrito por su propia mano, para elevar la mente a Dios; otras veces las regalaba a su visitantes, y en ocasiones las mandaba dentro de un sobre sin más. Para tal fin compró aquel año a Paravía quinientas estampas de la Inmaculada, con los bordes dorados. Escribía en ellas una invitación a la caridad, un acuse de recibo o una palabra de agradecimiento por un regalo, un simple saludo o un augurio. El día de la fiesta del Patrono principal del Oratorio, envió a un ilustre patricio, que trabajaba mucho por la tómbola, una de San Francisco de Sales con esta inscripción: <>. A sus cartas, animadas por tal espíritu, aunque sencillas en la forma, eran admirables por los efectos que producían. En cierta ocasión, por ejemplo, había expuesto sus dificultades económicas a una persona que tenía poco de generosa; y sucedió que ésta, al leer la carta de don Bosco, mandó al Oratorio una cantidad ciertamente no inferior a sus entradas. También era admirable su competencia para escribir a gran velocidad. El clérigo Durando le acompañó muchas veces en varios (**Es5.433**))
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