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((**Es5.332**) que se sometiera a una consulta de médicos. Todos admiraron la jovialidad, la agilidad mental y la madurez de las respuestas de Domingo. El doctor Francisco Vallauri, de feliz memoria, uno de los beneméritos consultores que intervino, exclamó profundamente admirado: -íQué perla de muchacho! Don Bosco le preguntó: ->>Cuál es el origen de su mal? -Su complexión delicada, el precoz desarrollo de su inteligencia y la continua tensión de su espíritu son como limas que van desgastando insensiblemente sus fuerzas vitales. ->>Y cuál es el mejor medio para curarlo? -Lo mejor será dejarlo ir al paraíso, pues se ve que está muy preparado. Mas, lo único que podría prolongarle la vida, sería alejarle enteramente de los estudios por algún tiempo y entretenerle en ocupaciones materiales adecuadas a sus fuerzas. El doctor Vallauri había dado un juicio preciso sobre Domingo Savio. De hecho, Dios se había complacido en favorecer a este tan discreto jovencito con esos dones celestiales de los que nos suministra abundantes ejemplos la vida de los santos. Muchas veces, después de la santa Comunión, o mientras ((**It5.464**)) oraba ante el Santísimo Sacramento, quedábase como arrobado, y permenecía allí por muy largo tiempo. <>Llamóle y no respondió; sacudióle y entonces se volvió para mirarle y exclamó: >>-íAh! >>Ya se ha acabado la misa? >>-Mira, le dijo don Bosco presentándole el reloj; ya son las dos. >>Al oírlo, Domingo quedó confundido, pidió humildemente perdón de aquella transgresión a las reglas de la casa, y se movió para ir a clase. Pero don Bosco le mandó a comer y, para librarlo de (**Es5.332**))
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