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((**Es5.255**) entretenía a la gente con su gracias hasta la hora del teatro, montado a un lado de la era y que nunca faltaba para cerrar la fiesta. Finalmente, ya de noche, se soltaban globos, se prendían cohetes y ruedas pirotécnicas: era un espectáculo encantador ver hasta en las colinas cercanas alzarse las llamas de las fogatas de alegría. Al día siguiente del Rosario, el teólogo Cinzano obligaba a don Bosco y a sus muchachos a devolverle la visita. Iban los granjeros, instalaban un hornillo en un rincón del huerto y preparaban una polenta extraordinaria. Don Bosco era recibido con todos los honores en la casa rectoral. Los mismos muchachos ayudaban a preparar la comida y mientras tanto los cantores contentaban al buen párroco que quería oír música buena y clásica: subían al coro e interpretaban varias piezas reservadas para aquella ocasión. Siempre había que dar gusto a su predilección por la música de Mercadante 1 con el famoso Et unam sanctam. Y llegaba el momento esperado: aparecía en mitad del patio la polenta, que era recibida al son de los instrumentos y el canto de alguna conocida canción popular. Los muchachos, puestos en corro y sentados, quien sobre una piedra, quien sobre un madero, recibían su ración y pan, queso, salchichón asado, uvas y miel; todo desaparecía como por encanto. Tras la comida de los muchachos, acompañaba el párroco a don Bosco con sus clérigos a otra más cómoda y agradable mesa, en compañía de los sacerdotes del contorno, que él quería reunir para honrar a don Bosco. Solía decirles: -íYa veréis lo que llegará a ser un día don Bosco! íTiene cabeza de ((**It5.352**)) Ministro de Estado! Don Bosco trataba a su párroco con toda deferencia y, lo mismo allí que en otra parte, besábale la mano delante de todo el mundo. Los muchachos admiraban y recordaban este acto de respeto que jamás omitía don Bosco. Llegaba por fin el momento de abandonar Caltelnuovo. Algunos delicaduchos se quedaban en I Becchi; los demás, provistos de abundantes vituallas, que el párroco les regalaba, emprendían el camino de Turín, adonde llegaban hacia las nueve de la noche. Generalmente hacían un alto en Chieri, y desde allí iban de un tirón hasta el Oratorio. Cansados y todo, volvían felices, porque llevaban consigo una preciada reliquia. Habían resquebrajado algún trocito de yeso o 1 José Javier Mercadante (1795-1870) fue un gran compositor italiano, autor de muchas óperas, sinfonías, misas y música sagrada y profana. (N. del T.) (**Es5.255**))
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