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((**Es5.211**) EL HOMBRE DE BIEN A SUS AMIGOS LOS INICIOS DE 1855 Es ésta la tercera vez que tengo el honor de presentarme ante vosotros, mis queridos amigos, para hablaros de nuevos acontecimientos. Este año tengo muchas cosas serias que contaros, y de tal importancia, que me veo obligado a dividir la materia en diversos capítulos. Empezaré por recordaros lo que sucedió a principios de este año y abrirme así camino para los demás. Al empezar el 1855 se discutía la ley contra frailes, monjas y curas. íPobres frailes que tantos platos de sopa repartieron a mis muchachos y tantas veces vinieron a verme cuando estaba enfermo! íPues bien! Ya sea que el Señor quisiera castigarnos por esta ley, ya sea por otros motivos que no conocemos, es el caso que los males se multiplicaron. Nuestra querida reina madre, María Teresa, cayó enferma y, pocos días después, víctima del destino, murió. Pasaron unos días y la esposa del Rey, Adelaida, siguió a su suegra a la tumba. íPobres reinas, eran tan ((**It5.286**)) buenas, repartían tantas limosnas! Yo he llorado mucho, y muchos otros lloraron conmigo. El día de su entierro no hice más que rezar Padrenuestros y Requiem aeternam por sus almas. Verdad es que muchos se consolaban diciendo: Hemos perdido dos bienhechoras en la tierra, pero tendremos dos protectoras en el cielo; y una voz unánime repetía: Han muerto las madres de los pobres; este mundo se hacía demasiado malo y no merecía dos Reinas tan buenas. Dios se las llevó para que no vieran las mil iniquidades que pronto se cometerían. Todavía se lloraba la muerte de las dos Reinas, cuando nos sorprendió una nueva desgracia. El duque de Génova, aquel valiente que tanto había luchado por el honor de la patria, y que había afrontado tantos peligros en Lombardía y durante la campaña de Novara, moría en la flor de la edad. Poco tiempo después, un hijo del Rey era llevado al sepulcro. Todos estos males sucedieron mientras se discutía la ley contra los frailes y los curas. Yo no quiero decir con esto que Dios haya enviado la muerte a estas buenas personas por culpa de esa ley; pero lo han dicho muchos, y lo siguen diciendo aún, y hasta se decía que Dios se llevaba consigo a los buenos para castigar justamente a los malos. En medio de tantas desgracias, sucedió que nuestro Gobierno, al ver que Francia e Inglaterra andaban mal en la guerra contra Rusia, pensó ayudarlas, lo cual me parece muy bien, porque ayudar al prójimo es una obra de caridad, y las buenas obras de caridad son siempre dignas de alabanza. Entre los loquillos que desearon marchar contra los rusos, estaba yo también. Pero mi posición no me permitió enrolarme, porque, como todo el mundo sabe, tengo cuarenta años, estoy cojo de un pie, soy algo jorobado, no oigo de un oído y no veo por un ojo, detalles que impiden totalmente ser soldado. Pero yo quería ir: no por la manía que tenía de matar soldados, no, pues yo me emociono con sólo ver matar una pulga; sino porque deseaba ir para ganar algo con qué comer para mí y para mis hijos. Me hallaba en las mayores estrecheces, y no sabía adónde dirigirme en busca de socorros, ya que, mientras el Señor Arzobispo estaba en Turín, casi todas las semanas me mandaba ((**It5.287**)) alguna ayuda, pero como lo han desterrado... Los frailes me daban algún que otro plato de sopa, y se trataba de despedirlos a todos... >>,Qué hacer, pues? Me metí de pinche con un ranchero de nuestras tropas que tenía que marchar a Crimea. (**Es5.211**))
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