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((**Es5.207**) alegría y realce. Los premios consistían ordinariamente en objetos piadosos, como libros, cuadros, estatuitas y cosas parecidas. Entre los objetos expuestos se hallaban también unos jarrones con flores naturales, frescas y olorosas, puestas allí para adorno y no para premio. Los alumnos premiados, primeramente nombrados, tenían derecho a elegir el objeto mejor y más valioso que les gustase. Llegó la hora suspirada y, todo preparado, comenzó la distribución de premios. El primer nombrado se adelantó entre la respetable asamblea y escogió el objeto más querido y hermoso. Quedaban aún muchos otros, tan preciosos como el anterior; fue nombrado para elegir su premio el segundo, un muchacho de acrisoladas virtudes y costumbres angelicales. Modestamente se adelantó, se paró, reflexionó un poco qué objeto debía elegir, pero parecía que no encontrase ninguno de su gusto. Cuando he aquí que, ante la admiración de todos los presentes, clavó sus ojos en uno de los jarrones de flores frescas, se acercó a él, lo tomó satisfecho y, lleno de alegría, lo llevó a los pies de la estatua de María en la vecina capilla a ella dedicada y devotamente festejada durante aquel mes. Su devoto gesto, candoroso como él en persona, fue apreciado por la asamblea como correspondía. Los muchachos, singularmente conmovidos, premiaron con redoblados aplausos la devoción del compañero. Su ejemplo fue imitado por los otros jovencitos, que demostraron aquel día el amor que albergaban en su corazón hacia la madre celestial María Santísima. Y terminó diciendo que el premio que la Virgen esperaba de ellos era el que mantuvieran siempre una conducta auténticamente cristiana. ((**It5.281**)) El año escolar se clausuraba con el ejercicio de la buena muerte. El muchacho Luis Fumero, muy aficionado a la música, estaba en la edad del cambio de voz y como tenía que dejar pronto el Oratorio, fue a confesarse con don Bosco. Tenía una voz preciosa; tanto que cuando él cantaba, lo mismo en la primera iglesia-cobertizo como después en la de San Francisco de Sales, aquello parecía el paraíso. Don Bosco le dijo, por tanto, que siempre que fuera invitado a dar pruebas de su arte predilecto, tuviera la intención de dar gloria a Dios; y Fumero le contestó que pidiese él a la Virgen para que le conservara siempre aquella delicada calidad de voz, prometiéndole que nunca la emplearía para canciones profanas, conciertos mundanos ni teatros. Don Bosco le aseguró que María Santísima le concedería tan señalada gracia. Fumero mantuvo su (**Es5.207**))
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