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((**Es5.165**) amar y practicar, la disciplina fue fácil, se mejoraron las costumbres y, poco a poco, los jóvenes se fueron regenerando. Pero cuando la religión dejó de ejercer su poca o ninguna influencia, se sucedieron lamentables desórdenes. Hubo que castigar diarias revueltas, litigios, riñas, heridas, acciones contra las buenas costumbres y otros hechos abominables. Los guardianes tenían que montar a veces la vigilancia con la bayoneta calada. Don Bosco, mientras la Dirección fue benévola con el sacerdote y mientras los reglamentos penitenciarios y sus ocupaciones se lo permitieron, consiguió poder ir de vez en cuando a visitar a aquellos pobres jóvenes, dignos de toda compasión. Con permiso del Director de Prisiones les enseñaba el catecismo, les predicaba, los confesaba y, a menudo, se entretenía con ellos ((**It5.219**)) amigablemente, ocmo lo hacía con sus chicos del Oratorio. Ni que decir tiene que los jóvenes corrigendos, viéndose tratados tan amablemente, miraban a don Bosco como un padre, y le demostraban sincero aprecio y afecto, y para no disgustarle, se esforzaban por comportarse lo mejor que sabían. En cierta ocasión hicieron, por así decir, un milagro y demostraron claramente el poder del sistema preventivo para amansar los ánimos más obstinados y rebeldes. El hecho ha sido divulgado por varios escritores. Se ocuparon de él entre otros, el abate Luis Mendre, el doctor Carlos d'Espiney y el conde Carlos Conestábile. Poco después de la Pascua de 1855 don Bosco había predicado los ejercicios espirituales a aquellos jóvenes, con fecundas bendiciones para sus almas. La dulzura y la caridad de su corazón había conquistado hasta a los más reacios y había conseguido que todos, menos uno, recibieran los santos sacramentos. Encontró en sus oyentes y penitentes una sincera conversión, y, al mismo tiempo, un profundo afecto y abierta simpatía hacia su persona. El santo sacerdote se conmovió, y resolvió alcanzar algún alivio a su reclusión. Lo primero que se le ocurrió fue procurarles una excursión, convencido de que la privación de movimiento y de libertad era su más duro e insoportable castigo. Presentóse, pues, al Director de Prisiones de la ciudad y le dijo: -Vengo a hacerle una proposición: >>hay alguna probabilidad de que sea aceptada? -Haré lo posible, señor abate, para complacerle, respondió el funcionario, ya que su influencia sobre nuestros prisioneros nos ha ayudado mucho. ((**It5.220**)) -Pues bien; permítame, señor Director, que implore una gracia para estos pobres jóvenes, cuya ejemplar conducta, desde (**Es5.165**))
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