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((**Es5.162**) de color eran muy frecuentes. Y más a menudo aún, ofrecían el aspecto de una persona absorta en profundos pensamientos. Al realizarse los movimientos, además de la hinchazón de los ojos y el fruncimiento de los párpados, se observaba cómo se animaba la mirada, de tal suerte que sobre la córnea, más brillante y b landa de lo ordinario, aparecía como el humor critalino de un ojo normal. La frente y el cuello parecían exudar; se advertían como movimientos musculares en las mejillas, y estas variaciones eran aún más visibles que los mismos movimientos de las pupilas. Los primeros en comprobar el portento fueron niños y piadosas mujeres, y en seguida corrió toda la ciudad a contemplar ((**It5.215**)), conmovida, y llorando, las maravillas de María Inmaculada. El hecho era evidente. Al principio se repitió casi todos los días hasta el veinticinco de marzo; luego se renovó por intervalos durante los meses de abril, mayo y junio. Un severo proceso de la autoridad eclesiástica, organizado en el mismo lugar del milagroso suceso, declaró que solamente se podía atribuir a una gracia del cielo, mientras ciento veinte testigos aseguraban con juramento la realidad de aquellas maravillas. Don Bosco consiguió una relación del hecho, que conservamos, habló de él a los muchachos ensalzando la bondad de María y su ayuda ofrecida a los pueblos en tiempos tan desdichados. Posteriormente el teólogo Bellasio, que fue espectador del milagro de Taggia, confirmaba entusiasmado en el Oratorio cuanto ya había contado don Bosco. Así se preparaban los alumnos del Oratorio de Valdocco, con la mente y el corazón llenos de María Santísima, a celebrar la Pascua, que cayó en el ocho de abril, y tomaron parte en los sagrados ritos de la Semana Santa, que se empezó a celebrar aquel año con cierta regularidad. De los ejercicios espirituales, a los que asistieron, queda el recuerdo que don Bosco escribió sobre Domingo Savio y Garigliano: <>-Me gustaría que fuéramos verdaderos amigos para todo lo referente al espíritu; deseo que, de aquí en adelante, nos corrijamos mutuamente de todo lo que puede contribuir a nuestro bien espiritual. Si tú descubres en mí un defecto, dímelo en seguida para que me pueda corregir; y si descubres algo bueno que yo pueda hacer, no dejes de advertírmelo. ((**It5.216**)) >>-Lo haré con mucho gusto por ti, aunque no lo necesitas, (**Es5.162**))
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