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((**Es4.61**) estaba la sociedad contra la blasfemia, contra la profanación de las fiestas, y la edición de buenos libros contra la propaganda valdense. Iniciaban las lecciones de catecismo en los correccionales y en la Generala, paradero de tantos muchachos díscolos. Don Bosco era tan asiduo como podía a estas reuniones. En el discurso de nuestra narración se vera evidentemente que era miembro celoso en secundar todas las obras propuestas o ya iniciadas, sin excluir ninguna. Al mismo tiempo, unos buenos cristianos seglares se organizaban y formaban una especie de legión sagrada al lado del clero: el trece de mayo se fundaba en Turín la primera Conferencia de San Vicente de Paúl, de acuerdo con las instituidas por Ozanam en Francia el 1833. Llegó desde Génova el conde Roque Bianchi, presidente de la primera Conferencia genovesa fundada en 1846, ya que por su instigación comenzaba en Turín obra tan provechosa. Don Bosco le había apoyado con sus consejos después que el Conde había promovido otras conferencias en Italia. La inauguración tuvo lugar en la sacristía de la iglesia parroquial de los Santos Mártires. Los socios fundadores fueron siete: don Bautista Bruno, cura párroco de los Santos Mártires, el padre Andrés Barrera, sacerdote doctrinario, el marqués Domingo del Carretto de Balestrino, el abogado Francisco Luis Rossi, el caballero Luis ((**It4.67**)) Ripa de Meana, coronel retirado, el ingeniero Guido Goano, y el conde Roque Bianchi. Don Bosco fue invitado y ocupó el puesto de honor. La conferencia se reunió en nombre de Dios y se puso bajo los extraordinarios auspicios de María Inmaculada y el patrocino de los Santos Solutor, Adventor y Octavio. El abogado Rossi fue elegido presidente. Aceptaron ser primeros socios de honor S. E. monseñor Luis Fransoni, Silvio Péllico y don Bosco, el cual asistía en los comienzos a las conferencias y fue siempre socio de honor, amigo y venerado protector. La Obra de San Vicente fue desarrollándose despacio, pero con perseverante constancia. Las visitas que hacían los socios a los míseros y, frecuentemente, sucios tugurios de los pobres, con socorros materiales, consejos, consuelos y amonestaciones, eran otras tantas apariciones de ángeles que llevaban salud y paz. Daban instrucción religiosa, cristianizaban uniones ilegítimas. Se lanzaron a practicar obras de caridad sin tener más que veinticuatro liras con quince céntimos; empezaron a visitar a los pobres y distribuir socorros después de la tercera reunión, tenida el 26 de mayo de 1850. Sus primeras bienhechoras fueron las augustas y piadosas reinas María Teresa y María Adelaida y la marquesa de Barolo.(**Es4.61**))
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