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((**Es4.535**) Supieron éstos entonces, punto por punto, cómo habían ido las cosas; hicieron, al día siguiente, indagaciones sobre el caso, y descubrieron que un fulano había pagado a aquellos bellacos una espléndida cena, a condición de que hicieran beber a don Bosco un poco de vino, que había preparado expresamente para él. Ellos eran, por tanto, unos criminales a sueldo. El santo varón nunca olvidó aquel sitio, y aún en los últimos meses de su vida, al salir con alguno de nosotros de paseo, al llegar a aquel lugar, nos lo indicaba diciendo: -Ahí está la habitación de las castañas. Otra tarde del mes de agosto, alrededor de las seis, estaba don Bosco junto al cancel que cerraba el patio del Oratorio, y hablaba tranquilamente con algunos de sus muchachos, cuando se oyó el grito de: íUn asesino, un asesino! En efecto, allí llegaba un tal Andreis, en mangas de camisa que corría furiosamente contra don Bosco blandiendo un cuchillo carnicero en la mano y gritando: -Que lo mato; quiero matar a don Bosco. Era este tipo bastante conocido por don Bosco, el cual le había beneficiado, siendo inquilino en casa Pinardi y ahora que lo era de casa Bellezza. El miedo se apoderó de los muchachos en el primer momento y se desbandaron a todo correr, unos hacia el campo abierto de delante y otros hacia el patio de la casa. Estaba entre los que huían el clérigo Félix Reviglio. Su fuga fue providencial y la salvación de don Bosco, porque el asesino, tomándolo por don Bosco, se echó tras él; pero, al darse cuenta de su fallo, volvió hacia el cancel. En el breve intervalo don Bosco tuvo tiempo para ponerse a salvo, subiendo a su habitación y cerrando con llave la pequeña puerta de hierro que había al pie de la escalera. Apenas estuvo ésta cerrada, llegó el tunante, el cual, comenzó a golpear con un pedrusco y a moverla y empujarla con fuerza para abrirla, pero en vano. Allí se estuvo más de tres horas, como un tigre que acecha la presa; parecía un loco; pero lo fingía interesadamente. Lo mismo llamaba a don Bosco para que bajase a abrir, que decía quería hablar con él. Mientras tanto, los muchachos, rehechos del primer susto, se habían reunido de nuevo. Al ver a aquél, que amenazaba la vida de su bienhechor y padre, sintieron hervir la sangre en sus venas. Siguiendo la voz ((**It4.701**)) del corazón y dejándose llevar por el ardor juvenil, armóse cada uno de un instrumento, quién de un palo, quién de una piedra, quién de otro objeto, y se dispusieron a echarse sobre el desgraciado (**Es4.535**))
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